El músculo y la seda. El pulso vigoroso y el tacto delicado. La batería viguesa Lucía Martínez es una trotamundos de curiosidad insaciable, como queda evidenciado de forma clamorosa con el estreno de esta nueva formación radicada en Berlín (¡dónde mejor!) pero con las antenas, cual torre de telecomunicaciones, desplegadas hacia cualquier punto cardinal. El resultado es una exhibición de talento versátil y abrumador en sus dimensiones, pero no en las formas: el equilibrio entre ruido y melodía, entre la digresión y la toma de tierra, es tan fabuloso aquí que el oyente mínimamente curioso se sentirá abocado a la reincidencia.

 

Le está cundiendo el tiempo, y de qué manera, a esta extraordinaria compositora e instrumentista gallega, dueña de un currículo ya mareante sin haberse sometido aún al escrutinio de la crisis de los cuarenta. El nacimiento de The Fearless, su quinteto de aliados con base en Berlín, acrecienta su valentía de vocación plural. Porque confluyen aquí dos instrumentistas de viento, pero de resonancias más clásicas que jazzísticas, las trompas y cornetas de Morris Kliphuis y los clarinetes y clarinetes bajos de Benjamin Weidekamp. Y añadimos la salpicadura sutil de la electrónica e incluso la presencia de un DJ encargado de manejar los giradiscos y provocar chisporroteos con su colección de vinilos.

 

Todo muy excitante, sí. Travieso y desbocado en Un rayo de luz conmovedor, lírico en la poderosa balada O único que queda é o amor, intrigante en la casi solo insinuada E o resto é silencio, popular y con aroma a verbena en Por qué brillan las estrellas, que se nutre de las enseñanzas melódicas de la música klezmer judía. Martínez es mujer de puerto, y tanto el gusto por el mar como la visión desprejuiciada de cualquier latitud acaban empapando este estreno glorioso. Y sin miedo, por supuesto: el nombre no podría estar mejor escogido.

 

Y queda aún el epílogo, casi a modo de regalo en los postres, de ese The end of the world con la voz invitada de Kyra Garey. La canción que en 1962 llevó a la fama a la cantante de Kentucky Skeeter Davis ha conocido docenas de versiones desde entonces, pero esta no desmerece a ninguna. Que nadie se prive del placer de escucharla.

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