Érase una vez un joven entrañable, encantador y gafotas de Liverpool, ojito derecho de McCartney, que se muda a Los Ángeles para probar también aquellos aromas californianos. Y el resultado es este, que resumiremos con muy pocas palabras: uno de los álbumes más adorables de 2020.

 

Nos estamos refiriendo, claro, a Dan Croll. Le teníamos ya fichado gracias a un par de álbumes elegantes, exquisitos, de facturación clásica e impoluta. No podía ser de otra manera: se ha criado en el Liverpool Institute of Performing Acts (LIPA), la escuela de Macca, que no tardó en señalarle como alumno privilegiado. Tras refrendar las mejores expectativas en 2017 con Emerging adulthood, su segundo elepé, comenzó a madurar la idea de cambiar de aires y salirse de un entorno donde ya gozaba de toda la autoestima propia y los avales externos. Grand plan se convierte así en la crónica de su viaje hasta la Costa Oeste, una geografía lejana pero igualmente cómplice para un muchacho empeñado (bendito sea) en escribir canciones sin ínfulas de modernidad cutre ni, por supuesto, fecha de caducidad en el envase.

 

Las dos primeras páginas simbolizan esa transición. Croll tiene la audacia (o el valor) de abrir boca con un original titulado, ejem, Yesterday. Es fabuloso. Y de ahí ya llega el salto: Stay in L.AEn total, 12 piezas sin mácula, casi siempre afianzadas en los tiempos medios, tan verosímiles en 2020 como en 1975. Ahí radica su encanto colosal. Las escribe un milenial, pero podrían haber sido cosa de sus padres.

 

A Croll le divierte retratarse como un chico un poco calamitoso, como el inadaptado al que le birlaban todas las novias en el último momento. Da igual si el autorretrato se corresponde con la persona o el personaje: a Dan quizá no le propongamos matrimonio, pero entran muchas ganas de invitarle a comer. O dejarle buen precio en el alquiler de la habitación. Hay tantos estribillos tarareables aquí, de So dark a Actor with a loded gunHit your limit, que no podremos dejar de accionar la tecla Repeat. Y qué decir de Cold-blooded, que lo validaría hasta el mejor Stephen Bishop. Todos con esa media voz dulce y sin apenas cuerpo: nadie dijo que los geniecillos de la canción tuvieran que ser un derroche de testosterona.

 

Al otro lado del charco, el ubicuo Matthew E. White (Natalie Prass, Nadia Reid) se encarga de dirigir las operaciones y que todo suena a soft pop impoluto, acogedor, adictivo. Pasarán los años y los discos. Pero dentro de mucho tiempo, cuando volvamos a tropezarnos con Grand plan, volveremos a disfrutar como enanos de sus 36 minutos. A razón de tres por canción: todo calculado.

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