En ausencia de novedades en el frente de Grizzly Bear, el bueno de Daniel Rossen quiso aprovechar su condición de guitarrista, cantante, compositor y hasta hombre orquesta para enrolarse en una primera gran aventura solista. El parón y encierro de la pandemia agudizaba su interés por la evasión sonora, y en ese sentido este You belong there es un bellísimo ejercicio de escapismo que nos coloca no muy lejos de Nick Drake y de todo aquel folk medio psicodélico que se estilaba en Gran Bretaña durante los primeros compases de los años setenta. Es decir: habitar este Perteneces allí equivale a encontrar acomodo en un lugar inusual, pero del que ya no hay ninguna necesidad de marcharse.

 

Justo el año en que el artista angelino cumple los emblemáticos y conflictivos 40, el también integrante de los fugaces Department of Eagles ha querido probar a ensimismarse y explorar un mundo interior infinitamente más propio del Mar del Norte que de las costas californianas. Rossen es, ante todo, un guitarrista excepcional, pero su voz encierra aquí una fugacidad y un quejido conmovedores. Y en su empeño por el autorretrato (y la autosuficiencia) ha aprendido incluso a extraer algunas notas del clarinete, que adquiere una presencia sustancial en algún momento de la obra. Desde una cierta tosquedad, sí, pero muy expresiva.

 

Solo había puesto su rúbrica Daniel a un EP, Golden hour/Silent mile, que se remonta ya a 2012, así que parece fácil pronosticar la ilusión y los desvelos reconcentrados en estos tres lindísimos tres cuartos de hora. Hay algo en Rossen de clásico, pequeñas incursiones en las escalas árabes y, sobre todo, un espíritu pastoral que en las soberbias Shadow in the frame o Unpeopled space, parecen conectar por vía directa con Fleet Foxes. Explorar la letra pequeña de los agradecimientos tiene premio, porque hay una mención cariñosa a Robin Pecknold por sus “injustificadas notas de aliento”. Podrían hacer diabluras esos dos amigos juntos, puestos a soñar con cosas bonitas. Mientras tanto, disfrutemos de los coros evocadores y espectrales, de los pianos impresionistas para Tangle. O del laberinto estructural de I’ll wait for your visit, pieza bellísima y de tensión oscilante que no nos habría extrañado escuchar en los tiempos (2006) de aquel Van Occupanther de Midlake.

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