Hay algo en la escuela del nuevo jazz catalán que no deja de producir admiración y asombro, puesto que aúna su naturaleza prolífica con una precocidad y lucidez que se encuentra en muy pocas geografías más. La pianista y compositora Èlia Lucas, nacida en Vilafranca del Penedés (Barcelona) hace solo 27 años, nos ayuda ahora a refrendar esas impresiones con este estreno discográfico hermoso y espléndido, una colección de siete partituras propias que materializan otros tres compañeros de viaje no mucho más mayores que ella: el saxofonista zaragozano Edu Pons (34 años), el batería Kike Pérez (La Seu d’Urgell, Lleida, 1993) y el contrabajista Tomàs Pujol (Banyoles, Girona, 1995).

 

Regálense estos tres cuartos de hora de jazz sereno, lírico y sentido, con un sentido melódico que quizá hunda sus raíces en la tradición del norte de Europa o en exponentes estadounidenses como el enorme oboísta Paul McCandless. Fascina esa madurez temprana en la escritura de Lucas, una muchacha que parece recoger influencias aquí y allá sin el menor interés por los dogmas o la pureza, pues en su escritura se advierten trazas de soul y pop adulto. Y que invalida cualquier tópico generacional con esa marcada preferencia por los ritmos lentos y sosegados, las notas prolongadas y vibrantes, la emoción con regusto de trémolo y madera.

 

Es Introspecció un título elocuente y bien explicativo, un resumen del temperamento de Èlia y sus acompañantes, reticentes todos a la virguería y el artificio, alineados con un sosiego bello y tembloroso. Basta escuchar la maravillosa Natural para comprenderlo todo mejor, o refrendar con Bach inspirations la obviedad de que nuestra joven y flamante gran promesa ha interiorizado toneladas de músicas de todos los tiempos antes de formular la primera expresión de un lenguaje propio. Faltan temas vocales, que siempre ayudan a la caza de nuevos públicos, pero el swing que que palpita en Cercles o el extraordinario trabajo melódico del saxo de Pons (mención aparte en calidez para Germana) deberían ser argumentos suficientes para que los clubes de jazz abran de par en par sus puertas a esta pujante generación milenial.

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