Convertidos en referentes absolutos del pop sintetizado desde el impacto descomunal de su único éxito con mayúsculas, aquel Seasons (Waiting on you) de hace justo una década (puede que no quede un solo melómano sobre la faz de la tierra que no se quedara obnubilado con aquella interpretación para el programa de David Letterman), el cuarteto de Carolina del Norte conserva la fibra muscular bien entrenada para el baile dramático, pero ha ganado en serenidad y reducido sutilmente el índice de manierismos y aspavientos. A la altura del séptimo elepé, Samuel T. Herring sigue siendo un jefe de filas inequívocamente enamorado del melodrama, pero el poso de los años se traduce en un acercamiento más comedido a su recurrente universo de pathos y congojas. La vida, observada desde su perspectiva, continúa siendo un laberinto de difícil gestión, solo que ahora ya no hay tanta urgencia a la hora de encontrar el pasillo de salida. Es más, Herring parece disfrutar secretamente mientras deambula entre el sobresalto y la contemplación, porque el álbum se reparte a partes casi iguales las exaltaciones rítmicas y las bocanadas ambientales.

 

Así sucede desde la apertura misma del programa, que invita a la agitación pélvica con King of Sweden y The tower para amortiguar de manera repentina el metrónomo con el universo planeante de Deep in the night y ensayar el término medio con Say goodbye, quizá el único (y tímido) amago de encontrarle a Seasons un hermanito pequeño. Son las ventajas de la vida adulta y de la cocina a fuego lento, puesto que People who aren’t there anymore nace de la cancelación, en 2020, de la gira con la que estos isleños futuristas tendrían que haber difundido las buenas nuevas del disco de aquella misma temporada, As long as you are. Con las furgonetas en el garaje, Herring, Welmers, Cashion y Lowry han podido urdir estos 12 nuevos títulos sin asomo de urgencias. Y eso ha vuelto su baile más reflexivo; y los dramas, un poco más llevaderos.

 

No encontrarán aquí los seguidores de antaño ningún motivo para la desafección: Future Islands siguen siendo reconocibles desde la primera secuencia de sintetizadores, antes incluso de que Samuel emprenda su enésima escalada emocional. Sigue habiendo ecos de Depeche Mode (Give me the ghost back), Orchestral Manoeuvres in the Dark, Yazoo, Ultravox y, en general, todo lo que propició las más memorables fechorías nocturnas de nuestros hermanos mayores. Pero el trasfondo es de mayor sosiego, de personalidad asentada.

 

Incluso Peach, un primer adelanto con un par de años ya a las espaldas, refrenda un punto de ternura más allá de que ese bajo percutivo y machacón nos asome a los abismos de Robert Smith. Parece que Herring ha comprendido que las jugarretas de la existencia son también enseñanzas. Así que se sigue desangrando, pero ya no a borbotones. Porque la vida acaba mal, pero algunos días siguen mereciéndonos la pena.

 

 

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