Una vez más, debemos dirigir nuestra mirada hacia el norte europeo para encontrarnos con hallazgos maravillosos. Y con personajes de precocidad casi, casi humillante para el resto de los mortales. Este muchachuelo islandés con aspecto de niño aplicado e incapaz de reñir con sus papás comenzó a tocar el piano a los cinco años, compuso el tema Absent minded a los 14 y ha completado este debut con 19, pero la serenidad, madurez y finura de estas bandas sonoras a la espera de película harían pensar en un compositor de mucha más extensa trayectoria. Ólafs es, a nuestros ojos, una fabulosa rareza, pero los casos como el suyo son posibles en toda la órbita escandinava. Y sí, nos morimos de la envidia: el minimalismo delicadísimo, la capacidad evocadora de esas melodías imborrables, la aparente sencillez de unas piezas deliciosas son características que impregnan cada momento de este primer álbum. Gabriel no es o no quiere ser por ahora un transgresor. Su aproximación a la música instrumental contemporánea le deja cerca de Ólafur Arnalds, Jóhann Jóhannsson, Nico Muhly, Ludovico Einuadi y todos estos compositores sutiles, poéticos e inequívocamente contemplativos. Estamos, no en vano, ante un “absent minded”: un chavalito absorto, ausente. Pero esas miniaturas suyas, tan bellas y contenidas, le auguran un futuro prodigioso. Björk le fichó para su sello discográfico, One Little Indian, el primer día que lo tuvo delante. Es probable que tú le fiches para las mejores cenas en tu salón nada más descubrir golosinas como Cyclist waltz o Filma, ritmos primarios y páginas primorosas. Llegará el día en que Gabriel desee mostrarse algo más expansivo. Por ahora, sus monumentos a la vida retraída constituyen un portento.

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