Anda Guadi Galego con la sensación de haber entregado su elepé más complejo, personal e inaprensible, un disco nacido casi sin pretenderlo a partir de sus frecuentes encuentros con Iván Ferreiro en el estudio y cuartel general del músico vigués. Y no es cierto, o no necesariamente. Roibén dista de ser hermético, sino un álbum muy personal y de hermosura evidente, por la sinceridad a pecho descubierto que exhibe su autora y por esa capacidad para crear canciones envolventes y seductoras, de las que van creciendo a cada minuto en cuerpo e impacto sonoro.

 

Hay mucho ingrediente electrónico, qué duda cabe, en estas 10 canciones, pero ese ya no sirve como factor definitorio ni desconcertante en una discografía que ha ido agudizando esta característica y en la que hace mucho que cuesta reconocer a aquella jovencísima cantante folclórica que entre 1999 y 2008 ejerció como vocalista de Berrogüetto. Lo más importante: la utilización de las programaciones no es aquí invasiva ni avasalladora, sino que entre Galego y Ferreiro encuentran una electrónica cálida y humanizada que en algunos momentos (sobre todo en Noa, excelente dúo junto a Mäbu) evoca la última etapa de Esclarecidos. Y entiéndase la asociación de ideas, sin duda, como un piropo.

 

A partir de un término gallego apenas conocido (“roibén” es la luz rojiza que tiñe las nubes con los primeros o últimos rayos del día), Guadi corrobora su amor por la belleza poco evidente, la sororidad, el encuentro con la naturaleza, la sabiduría heredada de las generaciones precedentes (las letras deslizan un buen puñado de menciones a la figura materna) y un concepto de la sensualidad también en clave femenina, como en esa Sara de la que el iris de los ojos “era el click” y que, al acercarse, se vuelve “tan real como mi deseo”. Pero, más allá del carácter experimental y etéreo de Epona, el tema de apertura, Roibén es un festín de canciones afortunadísimas en su arquitectura, de estribillos que asemejan estallidos (Penélope, la soberbia Bela), de evocaciones populares (Primavera, con preciosos retazos de trompa y fliscorno), inesperadas guitarras fronterizas para Alegoría e intersecciones lingüísticas desprejuiciadas. Guadi se pasa al castellano en Dores y vuelve a hermanar gallego y catalán en Fortuna, esta vez en sabrosa alianza con Pau Brugada, productor a la postre de la mitad del disco que no pasa por las manos de Iván Ferreiro. No vamos a descubrir a la cantautora de Cedeira (A Coruña) a estas alturas, pero sí debemos avisar de que aún atesoraba margen y empeño de mejora.

 

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