Leo Sidran ha conseguido convertirse en la bisectriz perfecta entre dos personajes a los que adora y con los que siente un estrecho vínculo, Ben Sidran y Michael Franks. El primero es su padre, un ilustrísimo del jazz y el swing, y no solo le unen los lazos sanguíneos sino también los profesionales (casi siempre ejerce de batería y de director de operaciones en los álbumes paternos) y emocionales. El segundo le sirve como ejemplo y espejo, además de compartir con él un timbre de voz bastante similar: suave y terso, con poco cuerpo pero mucho encanto. Lógico que le terminase dedicando hace no tantos años un álbum íntegro de canciones, Cool school (2018), que vuelve a venirnos a la cabeza escuchándole ahora Hanging by a thread o There was a fire. La autoría le corresponde a Leo, pero Michael tiene todo el derecho del mundo a sentirse influjo directísimo y orgulloso mentor.

 

What’s trending es, ante todo, lo que esperaríamos de los grandes referentes de su firmante: un disco afable, luminoso, rebosante de amor y humor. Aborda de manera puntual las boberías de egos, ínfulas y apariencias propias de estos tiempos tan modernos y tan fugaces, pero What’s trending o Everybody’s faking too desarrollan más la sorna que la secreción de bilis. Y When the mask comes off se erige en el gran himno a la esperanza postpandémica, al reencuentro con los abrazos y los sentidos del tacto y de la vista, que hemos tenido cercenados durante tantos y tan largos meses.

 

En realidad, y sin que podamos hablar de otro disco más propiciado por la covid, puede que la conmoción ante el colapso aliente el espíritu marcadamente expansivo del álbum, que es optimista, divertido, desacomplejado, incluso a ratos travieso. El trasfondo de pop jazzístico o de jazz vocal sigue latente, pero hay que rebuscar bajo el desparpajo de una producción moderna y levemente electrónica. Y debemos afrontar la sorpresa de canciones tan sensacionales como atípicas en los cánones que le conocíamos: pensamos, sobre todo, en 1982, una golosina de pop jugoso e irresistible cuya letra es una larga retahíla de grandes éxitos del año en cuestión.

 

Dentro de ese despliegue lúdico podemos incluir las alusiones tácitas a Prince, que bien podría ser el autor tanto de Crazy people como de Spin, por más que la diferencia sideral entre los timbres de voz dificulte el parecido y la segunda lo disimule con la inclusión de un vibráfono. ¿Más guiños plausibles? El brindis a Paul Simon parece flagrante en el último suspiro de Sleepwalking, a su vez epílogo del álbum. El tarareo final de la preciosa y esperanzada It’s alright remite a Stevie Wonder, aunque la pieza más parece escrito a la medida de James Taylor. Y Wonder también nos viene a la mente a partir de la armónica de Nobody kisses anymore, otra página tan afortunada como para que la sintamos un tema central alternativo para la película Bagdad Café.

 

Al final, como se ve, el influjo del gran papá Ben solo podemos entreverlo de soslayo, en piezas tan elegantes como After Summer’s gone, ya casi al final del lote. Pero la sensación general es la de un autor en su madurez, en la serenidad de la experiencia y el estado de gracia. Lo intuíamos con The art of conversation (2021), un álbum que se hacía querer y que ahora sufrirá el síndrome del príncipe destronado: su hermanito pequeño ha salido adorable.

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