Ya le habíamos echado el ojo a Marialluïsa a principios del nefando 2020, cuando nos endulzaron los oídos con un debut luminoso, És per tu i per mi (la presentación oficial, ejem, iba a ser el 19 de marzo de 2020 en la Sala Apolo de Barcelona). El frenazo pandémico universal probablemente haya acelerado la grabación de esta segunda entrega, que dispara las ya óptimas expectativas de la temporada anterior. Porque el aún bisoño cuarteto de Igualada se refrenda como dueño de un lenguaje evocador, dotado de ese encanto radiante y henchido de pereza que sugieren las tardes de dolce far niente.

 

Buena parte del hechizo recae en la voz de Pau Codina, frágil, aguda y somnolienta; sensible a la vez que adorable. Los teclados ensoñadores de Carles Guilera lo impregnan todo de un aire cósmico y etéreo, perfecto para esas crónicas en torno a la felicidad de lo cotidiano. Porque Marialluïsa se nos vuelven amorosos ya solo con sus títulos: una banda que abre su álbum con un título como Que guai quam estem bé ya invita a la sonrisa cómplice, que se vuelve traviesa a la altura de Tot és dolç quan fem el que tu saps. Incluidos susurros insinuantes, para dejar claro que el bienestar puede ser táctil y no solo atmosférico.

 

Desde Cataluña han querido encuadrar a Marialluïsa en un emergente movimiento de “pop metafísico” encabezado por Joan Pons (El Petit de Cal Eril), que, de hecho, ejerció como el primer mentor de la banda. Puede que la etiqueta tenga algo de rimbombante, pero un álbum titulado “La vida es corta pero ancha” evidencia un empeño por aportar una mirada distinta a este mundo descabellado. Por marcar distancias frente al atropello de nuestros quehaceres diarios, adicciones tecnológicas, neuras superfluas.

 

La vida… vuelve a ser un elepé breve (su antecesor apenas llegaba a la media hora, pero estas ocho canciones se nos desvanecen en 26 minutos), acaso una metáfora misma de fugacidad. Y una invitación a disfrutar del momento, a ser posible susurrándole a un buen compañero de vida mensajes como Oh my love (Ho tens tot per fer). Seguro que los amantes del Josh Rouse más pop, ochentero y juguetón disfrutan mucho de este trabajo, pero esa vulnerabilidad en el timbre vocal de Codina nos acerca más a los territorios de Mac DeMarco y, por encima de todo, Andy Shauf. Demostración palmaria de que nos encontramos ante unos jovencitos muy, muy listos.

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