Martin Courtney es hombre de maneras recatadas y porte humilde que manufactura canciones de apariencia pequeña e inusitada grandeza interior. Puede un trabajo así pase inadvertido, dada esa querencia a la hechura delicada, al carácter poco efusivo y arrollador del firmante. Pero Magic sign hace bueno su título y va diseminando, como miguitas de pan al pie del camino, abundantes indicios de ternura mágica. No hay nada abrumador en él, pero equivale a someterse durante sus 40 minutos a un aguacero de lluvia fina: acabaremos felizmente impregnados de un cancionista delicadísimo, minucioso y capaz de combatir su ensimismamiento con alguna razonable dosis de electricidad.

 

Nos hayamos solo ante el segundo trabajo en solitario de Courtney, al que muchos asociarán –si es que caen en la cuenta– como el hombre fuerte de Real Estate, con los que suma ya un repóker de trabajos de larga duración. Magic sign no se aleja en demasía de los parámetros de los Estate, pero acentúa el aire evocador y desvaído, esa apuesta casi permanente por los medios tiempos y un estado de ánimo entre lánguido, pesaroso y armado de buena voluntad. A nuestro modoso trovador de Nueva Jersey le duele el implacable transcurrir de los años, y eso que solo ha vivido 37, así que rebobina con asiduidad hasta los tiempos púberes y adolescentes, hace balance de arañazos y se propone, con el tímido arreón anímico final de Exit music, dejarle más espacio al optimismo a partir de ahora.

 

No tiene por qué forzar la sonrisa, y ojalá llegue esta exhortación hasta sus oídos. El encanto inmenso de Magic sign radica precisamente en su tibia melancolía, en esas primeras grandes certezas existenciales sobre nuestra condición fugaz y evanescente. Por eso resulta muy convincente el rasgueo acústico que alimenta Corncob, el corte inicial, hasta que se incorpora la banda al completo… al dictado de unos teclados con registro de clavicordio.

 

Las enseñanzas eternas de Elliott Smith afloran aquí y allá, sobre todo en ese Sailboat tan rabiosamente noventero, mientras que la vocación poética se multiplica en un instrumental precioso (Mulch) o en Time to go, modélico ejemplo de pop cantarín con teclados. Lluvia fina, insistimos. Démonos el gustazo de olvidarnos esta vez el paraguas en casa.

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