El muchacho de Merseyside anda aún por los 35 inviernos y, en rigor, podemos aplicarle el sambenito milenial sin que nos tiemble el teclado, pero su gusto por el traje y corbata no es el único gesto de clasicismo de Miles Kane en este fabuloso ejercicio de pop añejo. El que fuera líder de The Rascals se ha propuesto sonar como si el mundo no conociera aún cualquier atisbo de tecnología digital en los estudios de grabación. Y ese compromiso va mucho más allá de repudiar el autotune, claro.

 

A ratos nos sentimos en compañía de un pupilo de Bowie (Tears are falling), en ocasiones parece que Gilbert O’Sullivan escribe en un estado de gracia que no le conocíamos (See ya when I see ya). Y las alusiones al soul de los sesenta redondean un menú (Don’t let it get you down) que, en un gesto de compromiso con la excelencia, aporta como ayudante de cocina a la deliciosa Corinne Bailey Rae para Nothing’s ever gonna be enough.

 

Así se las gastan los chicos listos, y Kane ocupa un lugar muy destacado en esa clasificación de mentes lúcidas por tierras británicas. Ahí le tenemos, de hecho, en amistosa competencia con su casi fraternal compinche Alex Turner, al que aleja de los Arctic Monkeys para enredarle con esa sofisticada aventura conjunta que es The Last Shadow Puppets. Miles hila con naturalidad las mejores costuras del pop (Caroline, el toque remotamente glam de Never get tired of dancing) hasta completar un traje a la medida tan reluciente como el que le sirve para inmortalizarse en portada.

 

Los fanáticos de la Motown salivarán con Tell me what you’ve feeling y se remontarán aún más lejos en la línea del tiempo con Coming of age, pero este no es un mero ejercicio de nostalgia y mimetismo. Kane tiene esa vivacidad joven que le hace particularmente valioso y distinguible, más allá de sus divertidos guiños generacionales en las letras.

 

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