En tiempos del latoso Blue Monday, pero también en cualquier otra de las 364 jornadas del calendario, la música refrenda su condición de uno de los mejores revulsivos que ha concebido el ser humano en toda la historia documentada de su colonización del planeta. Y en ese apartado, el de la entronización de la sonrisa y el espaldarazo para el ánimo, Paul Heaton lleva tres décadas y media ejerciendo como valor seguro: una garantía casi infalible para preservar nuestros ahorros de buen humor, incluso aunque, como pueda ser el caso, se haya desatado una auténtica tormenta en los mercados del bienestar emocional.

 

Por si cupiera alguna duda, Heaton y su aliada irrenunciable de los últimos lustros abren esta nueva entrega con una píldora de pop chisporroteante y con alta concentración de endorfinas que se titula, no por casualidad, The good times. Es toda una declaración de intenciones que se consolida a lo largo de toda la entrega, una docena de pequeños monumentos al sol en los que no falta, como de costumbre, el contrapunto salado de la ironía, la sorna y hasta la coña marinera.

 

Así se las gasta Heaton en su quinto elepé con firma de dúo u octavo en la etapa solista, aunque todas estas características no ha parado de acreditarlas desde los ya remotos y adorables tiempos de los Housemartins y el prolongado interregno posterior de The Beautiful South, justo donde coincidió con Abbott. N.K.Pop avala esa habilidad casi consustancial para el pop cantarín y el buen oído para un soul de ojos azules que impregna grandes páginas, aquí y allá: desde I drove her away with my tears, adorable en su tono agridulce de pérdidas y anhelos sentimentales, a la esplendorosa When the world would actually listen, con oropel de cuerdas y bajos octavados, tal que si la bola de espejos acabara de ponerse a girar en el centro de la pista. O el homenaje al comienzo de Modern love, de Bowie, con que arranca New fella.

 

El ingenio de Paul David Heaton, tantos discos después, aún no da síntomas de agotamiento. Sabemos de qué pie cojea y nos procura un ambiente de cálida familiaridad, pero se escora hacia el góspel con Too much for one (Not enough for two), es capaz de echar el freno con la grave y contemplativa Still y de volverse bluesy, viajero e intrépido con los metales de I ain’t going nowhere this year. Y eso, sin perder de vista nuestro inglés: este muchacho de Cheshire es, con seguridad, el único autor capaz de citar en la misma canción (Baby, it’s cold inside) la cárcel de Alcatraz y el Top of the Pops. Hay que acumular muchas horas de vuelo, en efecto, para llegar tan lejos.

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