Mucho antes de aupar a Michael Jackson a la condición de incontestable estrella mundial y rey del pop del siglo XX como productor de Off the wall (1979) y Thriller (1982), Quincy Delight Jones Jr ya había protagonizado infinidad de páginas en su biografía –digna de película– de genio precoz y hombre de orígenes humildes que comprendió enseguida cómo solamente gracias a su mucho y extraordinario trabajo podría crecer en un entorno más propicio y desahogado que el que la providencia le había designado en el ámbito familiar. Asombra la edad tempranísima a la que este mozalbete de Chicago se ganaba el sustento por tierras tan lejanas como las suecas, donde allá por 1953, con 20 primaveras recién cumplidas, comenzó a grabar y publicar composiciones propias al frente de bandas integradas por músicos reputadísimos.

 

Algunas de esas grabaciones sin complejos aparecen como propinas (¡ese single con Pogo stick, composición propia, y un tema de Gershwin para la cara B, Liza!) para redondear el manjar de esta caja suculenta, compendio de los ocho álbumes, ¡ocho!, que Jones entregó para la historia del jazz más versátil entre 1957 y 1962, con cadencia prolífica y envidiable. Un octeto que concluye con la más popular de sus entregas en nombre propio, ese Big band bossa nova que en 1962 redimensionó la música brasileña de nuevo cuño con una apertura de miras que desde entonces no ha dejado de resultar inspiradora para, literalmente, docenas de creadores.

 

Big band bossa nova aparece de principio a fin, claro está, en este recopilatorio que aborda todos y cada uno de los trabajos de Q (solo un genio en la estratosfera puede aspirar a que la posteridad le reserve una letra específica para él) en ese quinquenio en el que comenzó todo. Antes se habían sucedido siete elepés intensos, rutilantes y a menudo preciosos, aunque mucho menos conocidos y divulgados, incluso hoy en día, que su histórico colofón. Nos referimos a (vayan tomando nota o ejercitando la memoria) This is how I feel about jazz (1957), Go west, man! (1957), The birth of a band (1959), The great wide world of Quincy Jones (1959), I dig dancers (1960), Around the world (1961) y Quintessence (1962), un ramillete apabullante y apasionante que esta caja del sello francés especializado en recopilaciones Frémeaux & Associes recoge con sonido espléndido y una presentación incomprensiblemente aparatosa: no hay manera de entender por qué solo cuatro cedés se ponen en circulación con dos cajas dobles y voluminosas de este porte, en desuso desde hace décadas por ocupar un espacio innecesario.

 

Pero regresando al contenido, más allá del continente, este corpus iniciático y mercurial de Jones ofrece muchas claves que explican la dimensión gigantesca que su figura iría adquiriendo con el paso de los años. Ante todo, la pasión de Quincy por la faceta de arreglista, a la que da prioridad frente a las de compositor e intérprete especialmente bien dotado para la trompeta, pese a que en ambas también habría sacado muchos cuerpos de ventaja a muchos coetáneos. Influye en todo ello su periodo formativo parisino, claro, que deriva en aquel fichaje por el sello Barclay que le convirtió en productor y arreglista para héroes locales como Charles Aznavour o Jacques Brel. Otra vez el estajanovismo: nuestro protagonista era capaz de compaginar esa tarea y la de músico de gira como lugarteniente de Sarah Vaughan o Billy Eckstine (ninguna broma) mientras seguía dando forma, como vemos, a uno o dos álbumes solistas por año.

 

Ese eclecticismo explica su devoción por un sonido límpido y minucioso, siempre más atento al resultado global que a la filigrana en primera persona. Lleva tiempo repasar todo este material histórico (y eso que, circunscrito a la producción en estudio, se salta el memorable Live at Newport 1961), pero comenzar, como mínimo, por This is how I feel about jazz, The birth of a band (con hasta tres escalas en partituras de Benny Golson)y The great wide world of Quincy Jones se antoja casi obligatorio. Y demuestra cómo una big band podía sonar rotunda pero permanentemente matizada, quizá el mayor mérito futuro de Quincy no ya solo junto al autor de Thriller, sino en otras producciones eclipsadas de aquella época (visiten el álbum It’s your night, de James Ingram) o en su no menos abrumadora faceta como creador de bandas sonoras.

 

 

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