No vamos a descubrir a estas alturas el encanto superlativo de estos dos discos fabulosos, aunque con Little Feat siempre queda la sospecha de que se los conoce y reconoce bastante menos de lo que en un mundo más justo les correspondería. Pero sí es el momento de felicitarse con la pertinencia de estas ediciones (muy) enriquecidas para el segundo y el tercer disco de la banda angelina, que presentaba forma de cuarteto a la altura de 1972 y se expandía hasta la condición de sexteto un año más tarde, aunque en ambos casos giraba en torno al talento extraordinario y tristemente evanescente de Lowell George, esa estrella fugaz a la que perderíamos para siempre al final de la década, el 29 de junio de 1979, con las suficientes canciones sublimes y desmesuras vitales como para adquirir la condición eterna de leyenda.
Es difícil escoger entre Sailin’… y Dixie…, entre papá y mamá, así que ahorrémonos la disyuntiva y corroboremos con esta impoluta remasterización y puesta a punto que son dos títulos imprescindibles en cualquier discoteca que se precie. George había invertido sus mejores años de formación en las Mother of Invention de Frank Zappa, todo un postgrado urgente de heterodoxia, pero en estos dos momentos determinantes de su currículo supo mantener un pie en los territorios de lo impredecible y otro en esa fusión sureña de pop, rock, country, blues y boogie que hizo de los Feat una maquinaria adorable. Y ahí desembocamos en el valor mollar de estas dos reediciones en formatos dobles, enriquecidas con sendos discos adicionales que no alimentan solo la curiosidad del más fanático, sino que pueden mover al entusiasmo de cualquiera. No tanto por el apartado de rarezas y descartes varios –de maquetas a tomas alternativas o versiones en mono– como por las respectivas entregas en vivo con las que imaginar qué clase de experiencia eran las actuaciones de una banda humeante, enloquecida, desbocada y arrolladora en cuanto olía el olor a madera de las tablas.
El caramelo por el que merece decididamente la pena esta versión definitiva de Sailin’ shoes es ese Live at The Palladium que testimonia durante cuarenta y pocos minutos la visita al mítico teatro de Sunset Boulevard en aquel 28 de agosto de 1971. Cuesta creer que una formación en semejante estado de gracia no refrendara el aplauso unánime de la crítica con una escalada en las listas de éxitos, pero puede que el carácter ecléctico e indomable de George le hiciese más inclasificable de lo que marcan los parámetros comerciales: aquel huracán en tierras californianas les acercaba en ocasiones a los Allman Brothers, pero también invadía el territorio de los Doobie Brothers (Easy to slip, en una versión primitiva titulada Easy to fall, se llegó a ofrecer a estos Hermanos, también californianos), podía abrazar la ternura de los georgianos Atlanta Rhythm Section y, ojo, despendolarse por el territorio del funk como si hubiesen recibido una transfusión de Sly & The Family Stone.
¿Una conjunción insuperable? Que nadie se fíe, porque el directo del segundo disco de Dixie chicken, esos 34 minutos desde el Paul’s Mall de Boston recogidos un 1 de abril de 1973, es todavía más excitante. Hablamos de un club jazzístico con capacidad para apenas 245 personas, un tugurio por el que acababa de pasar Miles Davis y donde la grabación permite imaginarnos delante literalmente de las narices de aquellos seis músicos en éxtasis. La versión cruda y asilvestrada de Fat man in the bathtub es fabulosa, pero aún más la lectura con retardandos emocionantísimos de Wilin’, el gran clásico de Lowell George. Y el colofón agreste y vitriólico de A apolitical blues, que también provenía del repertorio de Sailin’…
Aquellos recién estrenados años setenta, en fin, eran tan prósperos que el mundo pudo permitirse el lujo de no prestar la atención debida a una banda portentosa. Esta puesta al día de ahora, con el complemento de aquel par de conciertos, se parece mucho a un acto de justicia en toda regla.
Grandísima banda, con un directo impresionante. Y como dices, insuficientemente reconocida entre los grandes de los 70’s.
Muy cierto, Luis. Por eso mismo merecen tanto la pena estas reediciones de dos discos extraordinarios y con sendos conciertos.