Si hay algo verdaderamente apropiado en este disco es, ante todo, el nombre de la banda. El adjetivo “rare” se ajustaba como un guante al caso, más si teníamos en cuenta que los cinco jovencitos blancos de portada acababan de fichar por la Motown. A fin de cuentas, el saxofonista Gil Bridges o el batería Pete Rivera estaban domiciliados en Detroit, así que las oficinas de Berry Gordy quedaban a un paso de casa. Pero el de Rare Earth era un fichaje extraordinariamente atípico. El primer y único antecedente por entonces del quinteto, Dreams/Answers (1968), había visto la luz en un sello de jazz, Verve, aunque bien es cierto que con trascendencia mínima. Con Get ready, todo se apartó tanto de los cánones que este álbum sirvió para alumbrar una división subsidiaria, Rare Earth Records.

 

John Small, un pinchadiscos de una radio de Cleveland (justo enfrente de Detroit, en el otro extremo del lago Erie), reflejaba la sorpresa con entrañable bisoñez en las notas originales de contraportada: “Son chicos altos, buenos mozos impecablemente vestidos que más bien parecerían maniquíes arrancados de los escaparates de Carnaby”. Pero esos chicos buenos que parecían destinados a endulzar las listas del blue-eyed soul eran terroríficos cuando se ponían a sudar. Y su lectura de 21 minutos de Get ready (The Temptations), que ocupaba una cara completa del álbum, supuso uno de los más fascinantes golpetazos en la mesa que se nos ocurren en aquella época, por lo demás tan propicia para las extravagancias. El músculo resultaba similar al de Blood, Sweat & Tears, pero con menos metales y mayor pegada. Y la actitud recordaba a la de Iron Butterfly y aquel otro artefacto estrafalario para ocupar un lado íntegro del viniloIn-a-gadda-da-vida (1968).

 

La versión acabaría triunfando como sencillo de tres minutos, pero siempre apetece acudir al brutal exceso del original, grabado en directo en los estudios de Hitsville durante una tórrida (intuimos) madrugada de julio de 1969. La voz tarda casi tres minutos en irrumpir. Tras el desarrollo de estrofas y estribillos, se suceden los solos improvisados de cada integrante. El de Kenny James, el organista, es brutal. Y el del batería, para cerrar la ronda, aún más. Créase el dato: los 1.290 segundos del tema transcurren en un vuelo.

 

Y tampoco caigamos en la tentación, claro, de considerar la otra cara, con sus convencionales cinco cortes, como un asunto menor. Que por ahí andaba Tobacco road (siete minutos, no tan mal), un enorme blues con despliegue de órgano y saxo. Y la muy contagiosa (turururu tu tuMagic key. Y una versión de Feeling’ alright (Dave Mason en Traffic) que quiso rivalizar con la de Joe Cocker, aunque esa era imbatible. O esa punzante In bed: “Hemos nacido en la cama, y en la cama moriremos”. Fueron un verso suelto, pero los grandes perros verdes siempre merecen un hueco en la memoria particular y la historia colectiva.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *