Es lo que tienen las carreras precoces. La prodigiosa Sarah Jarosz apenas se ha incorporado a la tercera década de vida, pero a estas alturas anda ya por su séptimo álbum en solitario, ha acumulado durante estos últimos años una asombrosa nómina de colaboraciones y ejerce como una artista consagradísima y muy cotizada a la que parece que llevásemos escuchando toda la vida. Así que con semejante relación de méritos a las espaldas, a esta virtuosa mandolinista de Austin (Texas) ya solo le falta conquistar las listas de pop y erigirse en una intérprete más familiar entre el público del otro lado del Atlántico. Y Polaroid lovers, un disco ligero, pegadizo y adictivo, un chisporroteo del country-rock más dúctil y cautivador, es su particular candidatura para asaltar los cielos.

 

Aquí hay poco margen para los rodeos. El bluegrass puede esperar, entiende Sarah, que esta vez se calza taconazo alto y escoge traje en rojo pasión para dar la bienvenida a un repertorio sólido, musculoso, tan cantarín como el de su casi compañera de generación Bethany Cosentino en el reciente Natural disaster. Y si esta se decantó por la producción de Butch Walker para agitar el cotarro, Jarosz se decanta con parecidas intenciones por Daniel Tashian, muy dispuesto a repetir el tanto que se apuntó en 2018 con aquel Golden hour de Kacey Musgraves. Aquí estamos en las mismas: un cancionero tan instantáneo como el de esas polaroids a las que invoca, un muestrario de escenas sobre el amor, las ansias de libertad y la determinación de la mujer a ser dueña de su propia vida y decisiones.

 

Las imágenes de Jarosz desde su casita en Nashville siempre la habían mostrado con docenas de instrumentos acústicos de cuerda reluciendo en las paredes, pero esta vez ha preferido decantarse por el chispazo de la electricidad. Y nada mejor para refrendarlo que el arranque del álbum con Jealous moon: suena un engañoso arpegio de piano, pero la batería y la guitarra eléctrica apenas precisan de siete segundos para revolucionarlo todo. El adictivo rasgueo de Runaway train nos sitúa ante los títulos más accesibles de Mary Chapin Carpenter, lindando ya con el reinado de Sheryl Crow, un parentesco que se prolonga en casos como Dying ember. Muchas baladas son más bien medios tiempos (The way it is now), y solo la preciosa Columbus & 89th, con un entrelazado de guitarras arpegiadas, recupera el tono confesional e íntimo de antaño.

 

A Sarah la contemplaban ya cuatro Grammys en el ámbito más campestre, así que hace bien en cambiar de división y aspirar a otros títulos. El tramo final del álbum (Days can turn around, Good at what I do, Mezcal and lime) es más sosegado, pero el encanto sigue resultando fulminante. Polaroid lovers suena a discos que ya conocíamos (Haim, The Chicks, Chatham County Line, toda la familia en torno a Nickel Creek), pero es imposible no encontrarlo encantador.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *