No ha trascendido por ahora en demasía el nombre de la coruñesa Silvia Penide más allá de las coordenadas noroccidentales, pero los radares no han sido nunca en este país particularmente sensibles a la hora de captar señales emitidas desde latitudes periféricas. Lo cierto es que esta mujer de la aldeíta de Meicende cumple ya 20 años, que no son pocos, ejerciendo como cantadora de historias pequeñas, sentimentales y hermosas, y ha tenido la buena idea de celebrar la vigencia de los aplausos, y ojalá que el vigor renovado de los que estén por venir, recuperando algunas de sus mejores canciones con voces amigas, cómplices y a menudo más populares que la suya.

 

Mientras dura el aplauso se convierte así en festejo, onomástica y celebración, pero también en un legítimo discurso de reivindicación y autohomenaje. Las nueve canciones ya conocidas de trabajos anteriores se reinventan ahora en compañía de voces a menudo norteñas, desde Guadi Galego a Eladio Santos, Ugía Pedreira, Andrés Suárez, Félix Arias o, firmes todos, el mismísimo Víctor Manuel. Pero también asoman dos madrileños ilustres, la experimentada Mercedes Ferrer y el siempre impredecible Javier Álvarez, protagonista quizá de la alianza más emocionante, un Descredo lindísimo en el que él defiende en casi todo momento la parte aguda mientras ella asume la más grave.

 

Es esa tesitura de contralto una de las principales características y también peculiares de Silvia, por cuanto ni de lejos nos encontramos con el registro más frecuente dentro de la canción de autor. Y ello permite ciertos paralelismos con otros voces atractivas y singulares de nuestra escena, desde la segoviana Esther Zecco a, sobre todo, Vega, otro ejemplo de mujer menos difundida de lo que debiera pese a sus dos décadas ya de currículo. Silvia se aparta así de los ademanes más trovadorescos y opta casi siempre por una escritura atractiva y cortante a la vez, sin temores hacia los instrumentos eléctricos y articulada en torno a frases breves y versos entrecortados.

 

Esta manera de apartarse de los comportamientos más trillados puede explicar en parte que Penide no sea todavía artista para grandes aforos, pero tendencias así están para ser contravenidas y recolocar a la gallega en un lugar de mucha mayor preponderancia. El nivel es elevado y, además de la mencionada entente con Javier Álvarez, hay al menos otros dos cortes soberbios, El salto, junto a la hiperactiva Guadi Galego, y El efecto boomerang, complementado por don Víctor Manuel San José en persona. Y el eslabón con vistas al porvenir lo representa El colchón y el diván, corte inédito y solista en el que Silvia Penide enuncia: “Yo, que recé tantas veces del disfraz de plato sin romper, ahora quiero en el podio un lugar”. A ver si es cierto.

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