Hay algo de prodigio, incluso de milagro, en el caso de The Monochrome Set, una banda que ha sobrevivido a dos disoluciones temporales y, sobre todo, al grave aneurisma que Bid, su líder y cabeza pensante, sufrió hace ya más de una década. Pero la veteranía y la sombra de la enfermedad no han hecho sino asentar el discurso del viejo cuarteto londinense, que transita por su año 44 de historia con un disco, ¡el decimosexto!, sencillamente prodigioso. Lírico y complejo a un tiempo, literario y meditabundo, algo amargo pero muy bello. Sofisticado en su inconformismo melódico, en su apego por internarse en laberintos melódicos y dejar de lado el simplismo sintáctico de aquel viejo pop-rock de apenas tres acordes.

 

Ventajas de la madurez, sin duda. En realidad, Bid lleva encadenando discos canónicas con periodicidad bienal desde 2012, en cuanto le vio las orejas al lobo y la guadaña y optó por intensificar su actividad como escritor y volverse más culterano. Por eso el pop de The Monochrome Set no hace en absoluto honor a esa monocromía nominal y estalla en un barroquismo fértil y pletórico en su paleta de mil colores. Ocasionalmente cantarín, como en Really in the wrong town, y hasta de hechuras progresivas, pero acústicas, en el caso de Box of sorrows.

 

Decía Bid que para sentir el impulso de la escritura le bastaba con leer poesía de la Restauración inglesa (siglo XVII) y aventar las neuronas con algún viejo disco de blues de Leadbelly, una manera refinada de expresar su singularidad. Pero, requiebros dialécticos al margen, nunca TMS habían sonado tan similares a The Divine Comedy como en este disco, aunque sea sustituyendo la voz de dandi de Neil Hannon por la más desvalida y escurridiza de Bid. Es ese punto de fragilidad el que también le emparienta a veces con Edwyn Collins, aunque la cronología, hablando de un músico que debutó en 1978, invita a cambiar el orden de factores: al presunto influenciado deberíamos más bien atribuir la condición de influenciador.

 

Cinematográfico, descreído, mordaz, ingenioso. Todo eso es Bid, con el refrendo adicional esta vez de Alice Healey, que se incorpora para aportar unas segundas voces etéreas, femeninas, sutiles y tan importantes como esa cucharadita de azúcar para ajustar el cuerpo y la acidez en la salsa de tomate. Y así hasta llegar a esas lecciones de escritura que son la dinámica Ballad of the flaming man y, sobre todo, la mayúscula Resplendent in a darkness. Ahora te toca a ti superar semejante enormidad, amigo Hannon.

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