Nada menos que 29 años, una enormidad, habían transcurrido desde la última vez que Psychedelic Furs habían estampado su nombre en una carátula (World outside, 1991). Demasiado tiempo: lo suficiente como para que muchos no los recordaran, o ni siquiera les conociesen, y los demás ya ni contásemos con ellos. ¿Quién iba a esperarlos, a imaginarse siquiera este reencuentro? Pues bien, un análisis minucioso de este Made of rain acaba por cambiar el sentido de la pregunta. Que, más bien, se transforma en reproche: ¿qué necesidad tenían Richard Butler y sus compinches de permanecer en silencio? ¿Dónde demonios se habían metido y qué diantres andaban haciendo?

 

The Psychedelic Furs es una de esas bandas que conocemos más y mejor de lo que nosotros mismos sospechamos. Quizá les faltó un álbum incontestable durante su tránsito por aquellos abigarrados años ochenta. Tiempos de competencia feroz: recordamos hitos puntuales (Pretty in pinkThe ghost in youHeavenLove my way…), pero no un álbum incontestable, salvo que aceptemos como tal aquel Mirror moves de 1984. Lo cierto es que los recuerdos se nos tornan ahora entrañables al calor de este regreso inopinado, una docena de cortes en los que reflota en buena medida aquel rock pomposo y solemne que ya nos había subyugado tanto tiempo atrás.

 

No quiere ser este octavo álbum una actualización, sino una prolongación, el cierre de un paréntesis que se prolongó más de lo debido. Butler seguía ahí, esperándonos con todo su melodrama, con esa dicción enfática y teatral de la que tendría tiempo de tomar buena nota Brett Anderson. A fin de cuentas, el retorno de Suede también nos sugirió sensaciones parecidas, solo que con un periodo de abstinencia mucho más reducido. Y sin el saxo alto de Mars Williams, singularísimo. A menudo jugando en esa frontera contemporánea de la desafinación, como en la fantástica You’ll be mine.

 

No piensen en gente mayor, más allá de que algunos de los seis peinen ya unas cuantas canas. Los Furs regresan con un riguroso ánimo rejuvenecedor. Don’t believe figura, sencillamente, entre lo mejor que han grabado nunca, mientras que la altanería de Come all ye faithful y los bajos pesados de No-one, a la manera de unos clásicos The Cure, nos colocan en lo más granado de los ochenta. Que treinta años no es nada, por aquello de subir la apuesta tanguera.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *