Contaba Travis Birds en cierta ocasión que ella sentía sus canciones de manera natural y sencilla, pero llegaba a la conclusión de que no debían de ser en realidad tan evidentes cuando se las presentaba a sus músicos y estos se volvían locos desentrañando sus tripas y hechuras para interiorizarlas y poderlas defender sobre el escenario. Puede que los lugartenientes de esta madrileña con ancestros granadinos no suden ahora tanta tinta china a la hora de aprenderse estos 11 capítulos que conforman el nuevo repertorio, pero Perro deseo suena lo suficientemente sinuoso, curvo y visceral como para que no queda duda, desde la primera sílaba, de que es Travis quien ha tomado la palabra y a estas alturas ya resulta inconfundible.

 

Y nada, nada mejor que la singularidad para asomar el pie por las transitadísimas autopistas de la música pop. Seguirá habiendo mucho tránsito por ellas y mucha impaciencia por parte del oyente para sortearlo. Pero no se parece ahora mismo a nadie de entre sus compañeros de carril, sobre todo porque ella se ha propuesto circular por los márgenes. Aunque haya más baches.

 

A sus treinta y pocos años, la autora de Coyotes ha acumulado la suficiente confianza como para mostrarse más franca y expansiva, para expresarse con menos circunloquios y erigir el álbum más luminoso y extrovertido de los tres; también el más explícito e impregnado de sudor. Pegarle esquinazo al pudor permite incluso lucir un desnudo frontal en portada, aunque hablemos de una creación pictórica; y en ese sentido es divertido encontrar un paralelismo muy directo entre este trabajo y el Manual de romería de Rodrigo Cuevas, de publicación prácticamente simultánea y también sin tapujos, aunque desde la óptica de un dibujante. En cueros, de manera descarnada, encendida y decidida: así es la lírica empoderada de una chavala que se sabe dueña de su destino y responsable de sus grandezas, pero que también logra aplicar una condescendencia sensata cuando ni los acontecimientos ni los balances son tan favorables.

 

Birds renunció hace ya mucho a su denominación civil y administrativa, pero no necesitamos cotejar su nombre en el DNI para comprobar que Perro deseo, una especie de elepé temático sobre las diferentes formas del anhelo, es un autorretrato fidedigno. A veces con un punto entre tierno, lúbrico y surrealista, como en el caso de Cuando Satán vino a verme, pero también con el coraje y el empeño de mirar al frente que denota A veces sueño, tal vez la pieza con mejores trazas para un éxito fulminante que haya deslizado en un cedé. Aunque el destino, siempre travieso, caprichoso e inescrutable, la sacase del anonimato con una balada antagónica, amplificada por pura excelencia y por el empujón decisivo de su elección para la cabecera de El embarcadero, la serie de Movistar Plus+.

 

Ahora queda claro que las turbulencias interiores que larvaban La costa de los mosquitos –un trabajo denso, minucioso, oscuro e inquietante– se han ido disipando para este estallido de pecados, insinuaciones y sugerencias, desde Peligro al aire arrastrado de Grillos, en colaboración con Leiva, o ese Urgente engrandecido con la voz de Depedro. No quedan rastros de aquellos aires ocasionales de copla muy sui géneris que sorprendían y fascinaban en el trabajo anterior. Pero esa voz rasgada y rugosa cada vez deja más huella y levanta más células en la piel del interlocutor.

 

 

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