Salvador Sobral siempre ha sido mucho mejor cantante que bailarín, y se siente más ducho frente a las teclas del piano que ante una partitura en blanco, pero esta vez ha decidido dar un indisimulado paso al frente para hacerlo bien todo. Ventajas de la madurez, sin duda: a la altura ya de su quinto trabajo –aunque cueste creerlo en un hombre tan joven–, el portugués se muestra más confiado, luminoso y expansivo que nunca, mucho más seguro de sus posibilidades y persuadido de su propia brillantez. Y ello le permite escribir a pecho descubierto: sobre la paternidad y el pálpito más íntimo (“Desde que nació mi hija lloro todos los días”, nos confiaba hace muy poco), sobre la ilusión de estrenar cada nuevo día y la segunda oportunidad de quien, como él, ha recibido un transplante de corazón. Sobre la vida misma, en suma.

 

¿El resultado? Un disco emocionante, arrollador. Y tan hermoso que no son pocas las ocasiones en que deslumbra.

 

Sobral había dado ya el gran estirón artístico con bpm (2021), un álbum muy adulto y minucioso, de referencias elevadas y trasfondo jazzístico, muy superior a Paris Lisboa (2019), pero frente al que este Timbre hace un poco las veces de envés, de enmienda a la totalidad. Porque contradice los postulados de su antecesor en casi todo: es danzarín en dimensiones casi tropicales, es explícito en temática frente a la sinuosa poética de dos años atrás, desborda el optimismo vital propio de la paternidad recién estrenada y se asienta en una seguridad en sí mismo tan robusta como para abrir el álbum con un breve Amor a capela, una humilde grabación casera con la que demuestra la excelencia emotiva y vulnerable de una voz que nuestra memoria ya no querrá nunca borrar.

 

En ese estado de autoestima, confianza y asentamiento vital, Salvador ha llegado al punto mágico en el que todo le sale bien. Incluso afronta una canción de homenaje al donante que le salvó la vida, El regalo que me hiciste, y cualquier peligro de sentimentalismo se combate con una pieza conmovedora. Anota sutiles y sabrosos arreglos electrónicos en un par de ocasiones, Traiçao agradecida o Abutres da premoniçao, y se nos antoja más Caetano que nunca con un Porque canto arrollador y adictivo, un chute maravilloso de melatonina. Y encima se beneficia de las buenas compañías: sus dúos con Jorge Drexler (Al llegar) y su hermana, Luísa Sobral (A distancia nao é lugar) son bellas, adorables, de una poesía franca y extraordinaria.

 

Siempre lo fue, ya desde su mismo salto a la popularidad, pero Sobral se ha vuelto más singular que nunca. Es lo mejor que le ha pasado a esta península en años. Y, una vez más, la pelota cae del lado portugués. Ya podemos ir tomando nota.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *