Después de casi una década de operaciones, quedan pocas dudas sobre la capacidad de Virginia Wing para invocar la curiosidad y el desasosiego de entre lo más granado en la escena del pop con sintetizadores. Pero esas características se acentúan inevitablemente en este cuarto álbum, hijo flagrante y evidente de… todo esto que nos viene sucediendo a lo largo del último año.

 

A los de Manchester siempre les caracterizó la intriga y la sugestión sonora, pero las circunstancias han cambiado de manera sustancial desde su anterior irrupción en nuestra estantería de novedades. Ecstatic arrow cobró forma en 2018 a lo largo de una romántica estancia en los Alpes suizos y se nutría de ese gusto por la belleza, la contemplación y el tiempo detenido. Las circunstancias han convertido este Private life en la otra cara inevitable de la moneda. Por un lado, el dúo de Manchester se ha expandido a trío con la incorporación de Christopher Duffin, un saxofonista de corte abstracto que multiplica la riqueza de la propuesta al tiempo que la hace más intrigante y amiga del desconcierto. Por otra, el giro temático que concierne a nuestras vidas se filtra en un argumentario que casi parece un catálogo de incomodidades modernas: las incertidumbres, los anhelos, las dificultades para encontrarnos cómodos con nosotros mismos y con los demás. El deseo y, sobre todo, la ansiedad. Y, puestos ya a lidiar con la vida moderna, el consumismo voraz, la misoginia endémica o el siempre inquietante e imparable universo paralelo de las redes sociales.

 

Ese synth pop ahora enriquecido y recrudecido resulta tan inquietante como seductor. Lo expresa bien el espléndido y perturbador tema inaugural, I’m holding out for something, donde los ecos del Prince más tecno conviven con el latido del r’n’b electrónico del nuevo siglo. La voz narcótica de Alice Merida Richards evoca el misterio de una Laurie Anderson posmoderna mientras las arquitecturas sintetizadas de Sam Pillay se ubican en algún lugar entre Timbaland y la Yellow Magic Orchestra. Las capas de sintetizadores se vuelven más gruesas e inexpugnables en St. Francis fountain o los dos minutos instrumentales de Private life, piezas en las que las estructuras del pop dejan paso a la new age de los años ochenta.

 

Ya saben, con Virginia Wing nunca se puede cerrar la puerta a la sorpresa. Ahí están las melodías orientalizantes de la adorable Half mourning o la alternacia de Richards entre recitado y estribillo para echar el telón con I know about these things. Definitivamente, un disco muy diferente a todo lo que se estila.

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