De los grandes artistas pueden esperarse giros de guion y pasos sorpresivos. Un buenísimo ejemplo lo encontramos ahora con el caso de Guadalupe Álvarez Luchía, de cuyas bondades creativas estábamos más que avisados pero que ha decidido pegar un volantazo con este Algo familiar para adentrarse en un cancionero enorme. Menos folclórico de lo que nos tenía acostumbrados, pero excepcional por dentro y por fuera, en letra y melodía, henchido de poesía y de referencias musicales que en ocasiones apuntan más al norte que al sur, pero que terminan por engrandecer la figura de una mujer a la que se le acabarán abriendo, a poco que aún queden resquicios de justicia en esto del arte y el espectáculo, todas las puertas.

 

Actriz y cantante bonaerense de larga trayectoria para sus aún escuetos 41 años, a Guada la empezamos a descubrir cuando desembarcó en Madrid, se hizo referente escénico de la mano de Pablo Messiez y, sobre todo, fundó junto a Javier Calequi (¡nada menos!) el Dúo La Loba, un tándem algo efímero pero que dejó dos discos excelentes para quienes acertaron a descubrirlos a tiempo. Todo aquello resultaba emotivo y enriquecedor, igual que la recuperación de su discurso solista con Terraza (2021) y, sobre todo, Guacha, en 2023. Pero ahora asistimos al salto de la excelencia a la enormidad, porque las nueve composiciones originales de Algo familiar solo pueden ser consecuencia de un (ojalá que duradero) estado de gracia.

 

Guada encuentra inspiración en lo cotidiano y lo íntimo, le canta a la progenitora (Madre, sucesora del Padre de hace dos años) una retahíla de especias y dedica a su pareja, el cantautor malagueño El Kanka, una desnuda y sentidísima Amor esdrújulo (“Tiene un corazón de dimensiones cósmicas”) con la que no queda más remedio que enamorarse de los dos. Habla de cómo sería su casa ideal y de qué modo la decoraría en la contagiosa Las intenciones y delimita con Donde nací su vínculo ambivalente con Madrid (“Esta ciudad te abraza y te condena de golpe”) para dejar dicho que el descanso eterno lo prefiere en el suelo bonaerense que le vio venir al mundo (“Que el último aliento me encuentre en mi hogar”). Todo es de una cercanía conmovedora, bella, serena y a flor de piel. Y todo con esa voz natural, dulce y a la par doliente, de un lirismo quebradizo como el tronco que se transforma en rescoldo.

 

Escoltada por una banda española de altísimos vuelos, bajo las guitarras y producción del siempre docto Toni Brunet, los teclados del ilustre César Pop y la batería sedosa de Karlos Arancegui, a los que se suma el violín mestizo de Manu Clavijo (otro argentino matritense), Álvarez Luchía rebaja esta vez de manera evidente sus vínculos con la música más terruñera y fija la mirada mucho más cerca de la Costa Oeste. No hay apenas conexión con zambas, chacareras y demás ritmos que entroncan con su esencia más folclórica, pero sí una mirada permanente al sacerdocio de Joni Mitchell (a la que incluso ya ha honrado con algunos conciertos monográficos) y la sensación de que Todo te parece normal podría compartir créditos con el mismísimo Jackson Browne.

 

Lo más argentino del disco, ese mencionado Donde nací, la acerca más a un Ariel Rot que hubiera recuperado el gusto por agarrar de nuevo lápiz y papel que a su idolatrada Mercedes Sosa. Y luego quedan por mencionar esos dos monumentos que son Desastre mortal, puro americana, y el colosal canto concienciado contra el olvido que es Historia compartida, mano a mano bellísimo y necesario con un Ismael Serrano que hace acto de presencia porque la canción, y no el departamento de marketing, lo pedía a gritos. Abran los oídos de par en par a Álvarez Luchía y conviértanla en algo familiar para el giradiscos del salón. De veras.

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