Es curioso que Dan Auerbach, hombre prolífico y exitoso en nombre propio y, sobre todo, al frente de las operaciones con The Black Keys, parezca haber encontrado la horma de su zapato en la retaguardia, apostado tras la mesa de mezclas y regalándole al mundo un puñado de artistas jóvenes, emergentes y en ocasiones hasta bisoños que, en otras circunstancias, difícilmente habrían llegado hasta nuestros oídos. En una temporada que nos brindó una nueva entrega de los Keys, Ohio players, que dejó un poso muy relativo y hasta un sonoro pinchazo en el diseño de su gira de presentación, la faceta como productor del sello Easy Eye Sound nos ha permitido enamorarnos (fulminantemente) de Britti o John Muq, debutantes en ambos casos, y conocer ahora mucho mejor a este canadiense de sangre filipina –por parte paterna– y aferrado a su terruño en el sur de Ontario, una zona rural en la que siente, muy legítimamente, que no le falta de nada.
Albino había firmado ya un par de álbumes solistas con antelación, e incluso un mano a mano con su paisana Cat Clyde, pero Our time in the sun le coloca en una dimensión de mayor proyección y autoexigencia. Abre boca con el dulzor vocal delicioso de I don’t mind waiting, en la tradición de Sam Cooke, y sigue la estela de soulmen sentimentales como el exquisito y minusvalorado Jon Allen en el caso de So many ways to say I love you, el baladón más inexpugnable de todo el lote. Pero hay mucha esencia sureña, retazos de blues y hasta sabrosos amagos de country y de boogie. Basta con escuchar Rolling down the 405, otra de las grandes cartas ganadoras, para comprender que hasta los Doobie Brothers primigenios se sentirían orgullosos de seguir encontrando pupilos tantas décadas después.
Jeremie aceptó el reto de desembarcar en el estudio con los deberes sin hacer y ponerse a escribir junto a su mentor, codo con codo, hasta descubrir de qué eran capaces juntos. Y es un ejercicio en el que quizá incurran en algún estereotipo (Struggling with the bottle), pero a cambio les permite agrandar el universo. Les encanta ejercer el culto por lo retro, y el sonido nos arropa con un pálpito inequívocamente analógico. El canadiense se vuelve de pronto enamoradizo, pero también frágil, aguerrido o cautivador. Y a un tipo que culmina su periplo con dos minutos tan cantabiles, instantáneos y felices como Hold me tight en ningún caso se le puede negar el abrazo.