Imposible reprimir un atisbo de melancolía, aun a nuestro pesar, al rememorar aquel fervoroso verano del 93 en que la plaza madrileña de Las Ventas era un hervidero. La grabación íntegra de este concierto de Los Rodríguez, epicentro de una trayectoria que acababa de entrar en ebullición tras publicar el álbum Sin documentos, es buen reflejo de aquellos tiempos fervorosos, de un entusiasmo que nadie se tomaba la molestia de disimular. Al contrario: estos 73 minutos de música en vivo, un concierto íntegro del que no se han disimulado imperfecciones y hasta olvidos puntuales, se erigen ahora en documento histórico para comprender por qué esta banda hispanoargentina acabó erigiéndose, durante la primera mitad de la década, en el principal exponente del rock en español a ambas orillas del Atlántico.
Fue una confluencia afortunada, sin duda. Nada con Andrés Calamaro de por medio puede resultar del todo duradero, ante la evidencia de que el pibe es verso incontrolable y, de demasiados años a esta parte, desnortado y errático. Pero la invitación que en 1990 le formularon Ariel Rot y Julián Infante desde Madrid propició durante algún tiempo que Andrés canalizara su genio de manera mínimamente ordenada.
La herencia de Tequila quedaba ya lejana, pero seguía en vigor el ascendente de los Stones o el gusto por el blues, y se incorporaba el orgullo de la latinidad. Ah, y el recurso de los amigos: para celebrar el desembarco en la plaza de toros, un sueño que un año atrás aún habría parecido irrealizable, la banda optó por abrir boca con No estoy borracho, un himno del camarada Sergio Makaroff.
Andrés canta algo nervioso y acelerado en Me estás atrapando otra vez o Dulce condena, pero el repiqueteo de su piano eléctrico, el bullicio de guitarras y ese pálpito de fiesta mayor compensan con creces las objeciones técnicas. El cuarteto, ampliado a quinteto sobre el escenario gracias al bajista Daniel Zamora, solo ejercía aquella noche, ¡atención!, como telonero de Manolo Tena, entonces en la culmen de popularidad gracias a Sangre española. Pero ninguno estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión. A los ojos no suena ni siquiera tosca, sino sencillamente desgañitada. Y el público, que en teoría estaba haciendo tiempo a la espera de que apareciera el artista principal, se ve sorprendido y atrapado en mitad del huracán.
Un DVD adicional aporta el testimonio audiovisual de una parte significativa de la entrega, pero no se precisa documento gráfico para corroborar que aquello fue un intenso desparramar de adrenalina. Salta al oído.
No te ha gustado “Cargar la suerte”? En mi humilde opinión está a la altura de “Alta suciedad “. Que me flipa Calamaro hasta desnortado y errático,vaya… Saludos, Fernando. 😉.