Anthonius se ajusta como anillo al dedo con ese terrible tópico de los “secretos mejor guardados”, así que ojalá estas líneas sirvieran en alguna medida para desenmascararlo y ofrecerle la presencia y relevancia que, sin duda, merece un trabajo de la singularidad y belleza de Goshinboku. Una exploración, pásmense ustedes, del afrobeat y la canción de autor sudafricana, pero urdida por un productor madrileño que tampoco tiene inconveniente en introducir pinceladas de electrónica, calypso (A night in Belice) o de son cubano. Pásmense, si gustan, con los aromas caribeños de La Ceiba, quizá la gran baza entre los seis cortes que confluyen en este minielepé o disco breve (31 minutos; nada insólito para los estándares actuales): el catalán Tarquím y una sabrosa representación musical de aquella isla que siempre suena bien.

 

Por ubicarnos. Más allá de otro álbum anterior, también con media docena de canciones entre sus surcos (Itoigawa, en 2020, junto al percusionista Tidiane Camara y el cantante e intérprete de kora Aboubakar Syla, ambos provenientes de Guinea Conakry pero residentes en Madrid), Anthonius se ha especializado en bandas sonoras para documentales y de vez en cuando escribe para artistas aparentemente alejados de su órbita, como los flamencos Israel Fernández o Lela Soto, la hija de Vicente Soto “Sordera”. Queda claro, en fin, que no hay fronteras que se le resistan, y anotemos aquí otros tres artistas españoles, cada uno de su padre y de su madre, con los que ha compartido experiencias creativas y horas de estudio: el bajista Dani Fernández (Melange) y las siempre inquietas Maika Makovski y Christina Rosenvinge.

 

Todo ese hervidero de ideas, influencias, geografías e inspiraciones acaba cobrando forma en este Goshinboku bailable, pero también hipnótico, absorto y ensimismado, como si las danzas pudiesen exteriorizarse pero concebirse igualmente como un ejercicio de introspección (Mamá). Llamémoslo “bailar hacia adentro”, si se quiere.

 

Gilles Peterson, el gurú de la BBC y de Acid Jazz Records, figura entre quienes ya han dado la voz de alerta en torno a Anthonius, pero también al propio Sibusile Xaba, de voz tierna y muy evocadora, pero por el momento apenas conocido más allá de las fronteras sudafricanas. Hay, en suma, argumentos múltiples y plurales para asomarse a este experimento que evoca las grandes producciones africanas de hace cuatro décadas, y que además ha mezclado el ilustrísimo José María Sagrista (Triana) desde su estudio gaditano. Una manera deliciosa de simbolizar, desde el eclecticismo y la diversidad generacional y geográfica, el leit motiv último del disco: el hermanamiento de hombres y otros animales en la lucha contra la destrucción impiadosa de esta cruda era posindustrial.

 

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