Si escuchas “Sunshine rock”, el tema que titular e inaugural esta nueva colección de Bob Mould, y no te hierve la sangre, vete sopesando la posibilidad de que las venas se te hayan secado por completo. El antiguo cabecilla de Hüsker Dü desata las hostilidades a degüello, sin miramientos ni medias tintas: esa pieza bandera es la demostración de que las guitarras pueden sonar aún más fuertes de lo que pensaba tu hermano mayor y de que la épica, con unos arreglos de cuerda en el tramo final, sublima definitivamente la sensación de que este disco nos volará la cabeza. El neoyorquino suma 58 primaveras y ha debido asumir una devastación capilar a estas alturas inapelable, pero el vigor de esta arrolladora obra de madurez es inapelable. Mould no deja ni medio segundo de espacio entre canciones, para acentuar la sensación de urgencia, hunde el pie en el acelerador y no escatima en rugidos (hasta el quinto corte, “The final years”, no encontramos unos teclados en primer plano y algo parecido a un tiempo medio), pero su instinto inequívocamente melódico le permite resultar no solo furibundo, sino también adictivo. La base rítmica que integran el bajista Jason Narducy y el batería Jon Wurster constituye un tesoro asentado (ya son cuatro discos juntos), y la honestidad incondicional que desarrolla Mould no se queda lejos de algunos de los episodios con los que hicieron fortuna Nirvana. Ahí queda, a título de ejemplo, el aldabonazo impecable de “Irrational poison”. Y, como maravillosa sorpresa final, la expeditiva versión de “Send me a postcard”, de Shocking Blue. El bueno de Kurt Cobain ya había recreado otra pieza de los holandeses, “Love buzz”, así que finalmente todas las piezas encajan.

 

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