Diego Vasallo, nuestro raro oficial del pop español (con todo lo bueno que, al menos en su caso, aporta la rareza), tampoco podía ser convencional a la hora de grabar un álbum en vivo. Qué va. Si el registro en directo forma parte de los rituales más asentados entre los músicos populares, el fundador y mitad de Duncan Dhu lo afronta encerrándose en unos estudios de grabación, pulsando la recla rec sin público de testigo y convirtiendo el material resultante en un instantáneo objeto de deseo (por su rareza, cómo no): Sesiones de Moon River, Vol. 1, llamado así por los estudios santanderinos en los que se gestó, ve la luz como vinilo en edición limitada de 300 unidades, impreso en un precioso y virguero plástico anaranjado no uniforme y solo disponible en una tienda de la capital cántabra (Discos Cucos), la web www.hipmerch.com o el sello mexicano Hip Latin Music, de manera que hacerse con uno de estos ejemplares se convierte en una pequeña aventura. Pero recobrar el disco como un objeto de deseo constituye una idea adorable, propia de quien se ha erigido en orfebre y huye de las grandes estructuras empresariales y las triquiñuelas de la mercadotecnia. Las ocho grabaciones aquí registradas y es alentador ese “Vol. 1”, esperemos que preámbulo de alguna entrega adicional son un maná, testimonios evolucionados del quehacer personalísimo del donostiarra en sus años de madurez. El liderazgo del guitarrista Fernando Macaya al frente de su cuarteto de acompañantes agudiza un soberbio sonido pantanoso que oscila, como ya se deduce de los dos primeros cortes, entre la inspiración de Tom Waits (Fe para no creer) y la de J.J. Cale (La vida te lleva por caminos raros). Vasallo ha afianzado tanto su voz cavernosa que hasta el propio Waits parecería a ratos un cantante de nanas, pero sobre todo es dueño de una sintaxis poética devastadora, cruel y brutal: solo a él podrían ocurrírsele versos como “Siempre voy al bar del aeropuerto / cuando quiero ponerme triste” (La vida te lleva…), “Perdóname / He nacido para verte reír / y no lo he conseguido” (Collar de lunas) o “Vividores sin vida enamorados / de la pálida luz de las estrellas” (La vida mata). Estas dos últimas piezas, y otras cuantas más, son buenos ejemplos del encanto en la escritura de nuestro personaje, un hombre capaz de trenzar melodías y canciones que serían universales con producciones menos severas y paisajes sonoros no tan crudos. Pero Diego Vasallo va por libre: camina tan alejado del foco que en su foto para la portada ni siquiera se le ve el rostro. Y su enigma como solista es de los episodios más atípicos y fascinantes que ha dejado en los últimos lustros el pop español.

 

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