Dolores Solá y Acho Estol, la pareja artística y sentimental que alimenta desde hace un cuarto de siglo el engranaje de La Chicana, redobla su compromiso con las visiones panorámicas y las escuchas estimulantes. Nacieron como un dúo tanguero y siguen ejerciendo de alguna manera como tal, pero son enemigos furibundos de las mentes restringidas. Por eso esta novena entrega vuelve a ser un festín generoso (16 canciones) de historias pintorescas, personajes de fábula, evocaciones emocionantes y conexiones estilísticas que nadie podría prever de antemano. Y es fantástica esa doble sensación de familiaridad con unos viejos amigos que, pese a resultar identificables al instante, preservan la capacidad para la sorpresa como uno de sus mayores activos musicales y vitales.

 

Acho y Dolores son porteños de pura cepa, aunque, por apuntalar su retrato de pecualiaridades, se conocieron y enamoraron en Madrid. Todavía hoy resulta imposible olvidar el impacto que nos causó en 2003 el fabuloso Tango agazapado, su primer álbum con distribución europea y una revolucionaria vuelta de tuerca a la tradición tanguera: el género era objeto de veneración y, a la vez, de reinvención radical, siempre desde la perspectiva lúcida del pop internacional y ecléctico, un abrumador bagaje literario y hasta el amor por el psicoanálisis. Y todo ello, por supuesto, sin un miligramo de electrónica, que parecía la única fórmula que por entonces acertaban a articular los pretendidos renovadores.

 

Ese compromiso con el tango de autor, iconoclasta y de altas miras sigue vigente, tantos años después, en este disco en realidad tan poco tanguero como para incluir una adaptación al castellano, ¡asómbrense!, del Friendly fire de Sean Lennon, transformado aquí en Fuego amigo. Hay no poco compromiso político izquierdista (Gatillo fácil), tras la pesadilla de cuatro años de neoliberalismo severo con Macri. Y, por supuesto, nuevas aportaciones a la galería de personajes de Estol, observador curioso y fabulador eterno. Como La previa, una historia muy onírica de una mujer que huye de alguna parte o de sí misma. O Ladrillo Quiroga, memorable perfil de un maleante con “padres de menos, novias de más y un perro que ladra y muerde”. O El fantasma de Posadas, que relata una sesión de espiritismo con “el cantor de las novias olvidadas”.

 

Hikikomori es hijo directo de la creatividad desbocada durante la pandemia, un disco que toma su nombre, precisamente, de esos jóvenes japoneses que, enclaustrados y autoconfinados en sus habitaciones, gustan de la vida ensimismada y antisocial. Todos hemos tenido que mirar más de la cuenta, o incluso más de lo conveniente, hacia nuestro interior. La Chicana lo hace con su talante rabiosa y felizmente poliédrico, e incluso se permite una concesión sentimental en la lindísima Trenes, evocación de aquella Argentina surcada por las vías que desapareció en los años noventa, cuando el gobierno canceló la práctica totalidad de los servicios ferroviarios.

 

La edición física del disco carece por ahora de distribución europea; y bien que la merecería, como norma general y por el primor de libreto desplegable que incluye. Pero las plataformas nos permiten asomarnos a esta obra nuevamente trascendental. Y universal desde su argentinidad irrenunciable.

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