Pues sí, claro que conozco a Manu Piñón desde hace años, que para eso somos compañeros en la guerrilla de la pluma. Y lo diré todo: no solo es un tipo encantador, lo que le honra, sino que conoce bien el oficio, maneja abundante cultura popular en la cabeza y escribe con criterio y mucha gracia. Pero no coincidimos por primera vez en ninguna rueda de prensa o redacción (diría que su vinculación a “Rolling Stone” es posterior a la época en que yo escribía la sección de contraportada), sino en un avión de regreso a Madrid desde Las Palmas de Gran Canaria. Teníamos asientos contiguos, congeniamos (porque somos tímidos, pero amenos) e incurrimos en una acción particularmente temeraria, ahora que lo pienso: intercambiarnos los iPods para cotillear el uno en el cacharro del otro. Eso sí que es una osadía, y no lo de poner los teléfonos sobre la mesa a la manera de la peli “Perfectos desconocidos”: quedarás muy bien cuando te descubran algo de Coltrane, pero a lo mejor también has deslizado en tu disco duro unos “Grandes éxitos” de Mocedades. Y esas cosas, como las declaraciones de Hacienda de los exministros, siempre se acaban sabiendo. Piñón me insistió mucho en que aprovechara su iPod para explorar “A propósito de Garfunkel”, de The New Raemon, un disco con el que entonces yo no estaba familiarizado y que a él le encantaba. Supongo que alguna influencia del bueno de Ramón se filtra en este debut de Laredo, que, anecdotario personal aparte, es… excepcional. Manu ya había dejado destellos de talento en su época de Delco, una banda de la que compré algún disco. Pero lo mejora en todo con este proyecto compartido junto al guitarrista Pablo Pérez, un todoterreno al que he visto mil veces en escena, a menudo sacando a relucir su vertiente más negroide. La voz suena tierna, pero cálida y en absoluto desmembrada. Las segundas voces empastan a la perfección. Me encanta el equilibrio entre alma eléctrica y acústica, el aire nostálgico y evocador, la atemporalidad, las rimas asonantes, la sonoridad hermosa de unas palabras nada evidentes. Estos tipos, caramba, son brillantes, y quien escuche “Solo”, la fantástica “Aparición” o los inesperados metales en “Todo va a ir bien” se convencerá. Por mucho que el barrio Ciudad de los Poetas quede a unas cuantas millas de distancia de la Costa Oeste.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *