Lejos contigo no es, si nos ponemos tiquismiquis, tanto un álbum al uso como la suma de dos epés: Lejos, ocho canciones que ya habían visto la luz desde febrero, y Contigo, la media docena de títulos que redondean ahora la jugada. Son meros tecnicismos, si se quiere; o una hábil fórmula para empaquetar y dosificar el material cuando es tan generoso como este que nos ocupa, muy cercano a la hora de minutaje. Lo relevante es corroborar la naturaleza singularísima del sexteto madrileño, una banda de aires entre folclóricos y sofisticados para la que no es fácil encontrar similitudes en el territorio español. Buena cosa la de ser islote, más aún si un tibio y muy placentero sol de invierno caldea sus orillas.

Hay, como seña de identidad indeleble, juegos de armonías a doble y triple voz durante todo este trabajo adorable, delicadísimo, esculpido con un mimo inusual. Club del Río es una formación capitalina con espíritu de España vaciada, una chavalería que debe de haber escuchado con tanta intensidad los discos de Crosby, Stills and Nash de sus padres que ahora cualquiera los tendría por los Fleet Foxes ibéricos. Son sensibles, jipis y ensoñadores; los compañeros perfectos para el sendero y la fogata. Unos amantes de las primeras y últimas horas de luz; cazadores de brisas y poemas. Cuánto bien nos haría que la masculinidad moderna fuera esto.

Esta suerte de espiritualidad de hoguera se sublima en Arena cósmica, y el aire pastoral es especialmente acentuado en momentos como Mareas, que además se enriquece con unos segundos sencillamente fabulosos de prólogo instrumental. Pero no bajemos la guardia ante eventuales sorpresas, como el inequívoco regusto a soul en De una piedra (y esa delectación con la que los oficiantes repiten lo de “Me muero de ganas”) o el impredecible arrebato salsero en que deriva Surco agradable. O una joya confesional de versos arrastrados, El miedo, en la que el piano lo podría suscribir un joven Billy Joel. ¿Cómo no sentirnos cómplices de algo así?