Ron Sexsmith ha conseguido que parezca rutinario lo que, en realidad, solo es posible desde la magia: escribir canciones fantásticas como quien cose y, claro está, canta. Hermitage es un disco previsible en una acepción a la que no estamos habituados. No maravilla porque sorprenda; tan solo asombra que, como su antecesor -o el antecesor del que precediera al antecesor-, vuelva a ser tan rematadamente delicioso.

 

Coser y cantar. Escribir y emocionar. Someterse a los parámetros de la ortodoxia (estrofa, estribillo, puente: todo en tres minutos) y salir, una vez más, bien parado. Y abrir un disco estupendo con una canción no ya sobresaliente, sino adorable. Spring of the following year, más allá de que ahora todo nos parezca premonitorio (puesto que esta primavera nos la han robado a mano armada, y a ver qué sucede con la próxima), tiene una de esas melodías que tararearemos ya hasta la noche de los tiempos. Dulce condena, que conste: solo McCartney puede conseguir algo parecido, y, en momentos como este, el de Liverpool y el de Ontario firman tablas.

 

Es su disco de estudio número 15, si no hemos hecho mal las cuentas. Como casi siempre, podemos confiar en él a ciegas, comprarlo con todos los sellos estampados por la Academia del Buen Gusto. Sexsmith anotó en algún momento que su día tonto aconteció allá por los tiempos de Whereabouts, un par de décadas atrás. Siempre nos pareció un juicio severísimo, pero ahí queda anotado. Por nuestra parte, admitiremos un relativo desapego hacia Carousel one (2015), donde no llegaba a arraigar la magia. Pero Hermitage, una vez más, es una colección tan sólida y fiable como una carrocería alemana. Con la bendición adicional de que, nada más entregar su obra previa, The last rider (2017), Ronald Eldon llegó a insinuar que igual no merecía la pena ya incrementar aún más el cancionero. Nunca agradeceremos tanto que no sea un hombre de palabra.

 

La principal novedad, si quisiéramos buscarla, es la asunción de una vida más rural y tranquila; el contacto estrecho con la naturaleza ahora que nuestro bardo de timbre eternamente frágil y tristón se deshizo de su casa en Toronto, donde ha vivido durante tres décadas, para mudarse al campo. Pero Hermitage no llega a ser Ram, por aquello de seguir con los paralelismos a lo McCartney. Ron es adictivo cuando está feliz (Lo and behold), pero también si le asalta alguna que otra sombra (Glow-in-the-dark stars, You don’t wanna hear it). Y así, una vez más, hasta completar un puñado generoso de canciones (14, esta vez) que parecen fáciles y evidentes, pero son, en verdad, perfectas. Nunca ser predecible resultó tan admirable.

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