De niños, y que Dios nos perdone, “Simón y Garfunkel” (pronúnciese así, a la española, y con la tilde aguda del primer artífice bien acentuada) nos parecían música para gente mayor. Acababan de reconciliarse después de 10 años para aquel concierto multitudinario de Central Park, ¡a plena luz del día!, y esa doble cinta de casete nunca la compraban nuestros mejores amigos, sino sus padres. La pareja no llegaba ni a los 40, pero nos parecían, ya nos vale, unos tipos vetustos. Y Cecilia, qué crueldad, siempre solía figurar entre las canciones favoritas de la chica más melosa y apocada de toda la clase.

 

Así éramos. Así de tontos.

 

Cumplir años, ya se ve, tiene cosas buenas. Por ejemplo, recalar nuevamente en este penúltimo álbum del dúo y sentir unas ganas irrefrenables de practicar una genuflexión. Algunos conocerían antes America por Yes y, sobre todo, A hazy shade of winter a través de las Bangles, pero hay que haber madurado muy deprisa para concebir semejantes obras de arte con apenas 25 años. Y Paul Simon tenía esa capacidad de mirar mucho más lejos, de haberse convertido en un genio precoz, en un diseccionador de la realidad circundante. Un veinteañero adscrito a una generación universal.

 

La conversación crepuscular de dos viejitos en Old friends, por ejemplo, solo podía conducir al estremecimiento. Mrs. Robinson era divertida, cómo negarlo, y con At the zoo, tirando ya a jocosa (como Punky’s dilemma), sentimos un deseo horrible de conocer Nueva York de una santa vez y mimetizarnos entre sus acelerados paseantes. Aún a día de hoy tenemos pendientes por redescubrir Fakin’ it y Overs, banda sonora, entre calada y calada de cigarrillo, para el final de un noviazgo.

 

La relación ambivalente entre Paul y Art (amor y odio, admiración e indiferencia, dependencia o despecho: unos perfectos Tom y Jerry, curiosamente la primera denominación que habían escogido para su alianza) terminaría siendo material de primera magnitud para los estudiantes de psicología de medio mundo. Pero quedaba para siempre el arte. Atemporal, como el blanco y negro de portada. Eterno.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *