La vida pasa deprisa, como una exhalación, pero The Delines logran ralentizar las manecillas de los relojes cuando su música conquista el giradiscos en el cuarto de estar. Es una habilidad innata y ya acreditada en sus dos antecesores adorables, pero la banda de Willy Vlautin y Amy Boone cobra ahora impulso adicional con un álbum más delicado y minucioso, más preciosista aún en esos arreglos de seda e hilo de oro que engrandecen –como las cuerdas y metales en Drowning in plain sight– una escritura que ya había tomado la excelencia como rutina.
Lo mejor en este quinteto de Portland es el espacio que se conceden sus canciones, esas historias pequeñas y minuciosas que funcionan como mecanismos de relojería: avanzan despacio pero sin demora, incrementando la fascinación y dejando siempre hueco para el detalle instrumental, para la finura, para la experiencia cautivadora. La confluencia entre Vlautin –que proviene de Richmond Fontaine y también ocupa a las musas en su faceta literaria– y Boone, mujer de voz emotiva, grave y quebradiza, cuando no devastadora, acaba resultando colosal. Es una sensación de quietud e intimidad a la que seguramente antes solo nos habían habituado Margo Timmins y sus Cowboy Junkies. E incluso en los momentos más densos, oscuros y cadenciosos, como en la mínima y lentísima All along the ride, la tristeza se convierte en abrazo.
Los relatos de Vlautin en torno a la costa del golfo de México, esa línea de estados que integran Texas, Luisiana, Misisipi, Alabama y Florida, se convierten en hilo conductor de un disco parsimonioso, brillante, lindísimo y rabiosamente cinematográfico, con el breve y precioso instrumental Lynette’s lament como ejemplo de melodía para saxo que podría sonar en cualquier motel desolador. Produce, como ya en Colfax (2014) y The imperial (2019), el impoluto y circunspecto John Morgan Askew, ese geniecillo de Portland (Oregón) especializado en música para cine y televisión, que acentúa el tono crepuscular de exquisiteces como Surfers in twilight, con guitarras acústicas y un tempo ralentizado al máximo hasta olvidarse del compás. Es música de otros tiempos, quizá; en realidad, es la grandeza de la música inmortal.
Resulta más fácil deleitarse con los tiempos medios de mayor tersura sonora, como Past the shadows o Hold me slow, grandes exponentes de ese discurso más elaborado y preciosista que ahora aportan The Delines. En cualquier caso, The sea drift es una obra crepuscular para una escucha absorta. Toda una experiencia. Y un gran regalo.
Llevo un año y pico escuchando este disco, y es que me emociona como el primer dia que lo escuche.
Ahora a esperar a Septiembre para verlos y escucharlos en directo.
Gracias Un disco al dia por, como diría Julio Ruiz, prescribírmelo. Un abrazo
Gracias muy sinceras a ti por ser lector de esta página, Óscar 🙂
Un discazo
Muchas gracias por el esfuerzo, que merece la pena
Saludos
Lo cuentas tan bonito Fernando que dan ganas de comprarse el disco y como tu dices encerrarse en una habitación y dejar que pasen las canciones, sin prisa, disfrutando de cada surco del vinilo o del CD. Desde luego el video es una gozada.
Gracias por darnos una lección de vida y de música.
Gracias por tu generosidad, Carlos. Y sí, no dejemos nunca, mientras se pueda, de darnos el gustazo de comprarnos buenos discos 🙂