The Lumineers corrieron en su momento el peligro de parecer flor de un día. No por demérito, sino más bien al contrario. Pocas bandas tan sólidas, intensas y viscerales había conocido el folk yanqui en los últimos años, pero el éxito desaforado de aquel primer sencillo del primer álbum, Hey ho, hizo que se extendiera la sombra del one hit wonder, ese arma de doble filo que el castizo equipararía, en traducción libre, con aquello del “pan para hoy, hambre para mañana”.
Corría el año 2012, el trío disfrutó de una popularidad inusitada y, lejos de dibujar nuevos estribillos clónicos, este tercer álbum se aleja aún más del debut de lo que ya se apartó el segundo, Cleopatra (2016). Pero lo que entonces era desconcierto ahora se ha convertido en un discurso trenzado, sólido, nítido y muy seductor, aunque en una primera toma de contacto también pueda resultar algo más árido.
III no solo se refiere al número que esta entrega hace en la discografía, sino a las tres partes en que se distribuye el repertorio y que configuran un disco casi, casi conceptual sobre adicciones y dependencias interpersonales. La idea misma avala que existe una ambición en los de Denver mucho más allá de los tarareos felices, y de hecho el álbum resulta profundamente melancólico, de una belleza casi dolorosa. Wesley Schulz araña muchos matices a su voz de hombre acongojado, como puede confirmar cualquiera que se asome por pequeñas joyas contemplativas como Jimmy Sparks o My cell.
Ni siquiera los dos únicos temas de mayor empaque rítmico, Gloria y el fantástico It wasn’t easy to be happy for you, se libran de esa pátina de intimismo y tortura interior. Es un espíritu que se confirma, en la edición especial, cuando descubrimos que uno de los tres temas extras es una versión de Democracy, de Leonard Cohen. Pero que nadie se asuste, porque III se mueve siempre en parámetros exquisitos. En el fondo, es el tipo de trabajo que habríamos esperado en la evolución de Mumford & Sons… antes de que Marcus Mumford y sus muchachos se nos echaran a perder.