En 2006, Zachary Francis Condon era un veinteañero ensimismado de Alburquerque que aprovechó las enseñanzas de algunos viajes por Europa para incorporar elementos étnicos a sus canciones en particular, los metales de las bandas gitanas balcánicas y convertir “Gulag orkestar” en una de las más clamorosas sorpresas de la temporada. En 2015, cuando Condon publicó su cuarto álbum, “No, no, no”, era un músico más completo y documentado, pero se había disipado la frescura y el factor sorpresa. Por eso “Gallipoli” invitaba a un cierto escepticismo y acaba erigiéndose en un revulsivo de primer orden, un rearme moral y estilístico para Zach y hasta para quienes, a estas alturas, ya sentíamos más temor aprehensivo que legítimo alborozo ante el anuncio de sus nuevas andanzas. Vuelve a coproducir Gabe Wax (Fleet Foxes, War on Drugs) y el viejo organillo Farfisa sigue siendo inseparable en la escritura e interpretación de Condon, pero la herencia balcánica queda orillada y la trazabilidad apunta ahora a otros puntos del viejo continente. En concreto a Berlín, nueva base de operaciones de nuestro muchacho, con la electrónica destemplada que asoma en el instrumental “On Mainau island”; y el sur de Italia, de donde bebe el bellísimo tema titular, concebido tras una procesión junto al golfo de Tarento e impregnado de calle, luz mediterránea y alborozo. Zach canta con un lirismo enternecedor y sensible, muy cercano al de Jens Lekman, y es capaz de volverse cinematográfico (“Corfu”, otro corte sin voz), radiante (“Landslide” es la música que hoy harían unos Beach Boys jóvenes) o trascendente (“When I die”, donde el ukelele sugiere un inopinado aire andino). Y aún queda la extraordinaria “We never lived here”, casi al final: metales, teclado, melancolía, armonías vocales. Y la sensación de un tipo de estado de gracia.