Hay tantas ideas arremolinadas en el nuevo trabajo de Bibio que cuesta no ya solo comenzar a hincarle el diente, sino escoger los cubiertos más adecuados para llevárnoslo a la boca. La versatilidad no supone una novedad en la trayectoria del británico Stephen Wilkinson, que a sus cuarenta y pocos años aprovecha un sencillo recurso gráfico para presumir, ya desde el título, de que con esta haya alcanzado la décima entrega. Pero esa capacidad pasmosa para cambiar el paso se acentúa con estas 11 canciones en las que casi ninguna parece homologable a ninguna otra, por mucho que su voz evanescente y sedosa sirva como tenue hilo conductor.

 

Podríamos pensar en Wilkinson como un productor de música electrónica, pero hay pocos ingredientes en Bib10 que avalen ese epígrafe. Potion tira de vocoder, de acuerdo, pero todo es progresivamente más orgánico a medida que avanza el álbum, como ya insinúa esa portada de guitarra envuelta en satén. Una imagen ochentera, más propia de un disco de Prince, una connotación que no parece descabellada: al genio de Minneapolis se le evoca en el capítulo final, Fools, una balada en falsete, mientras que S.O.L. constituye un mayúsculo banquete de disco y funk que no habría desentonado ni en Paisley Park ni en los cuarteles generales de Chic. Y, por extensión, tampoco en la despedida de Daft Punk.

 

Estos dos títulos, Fools y S.O.L., están emparentados por la presencia de Olivier St. Louis, casi la única aportación ajena a nuestro particular hombre orquesta. El geniecillo británico agranda su dimensión como guitarrista con dos piezas excepcionales, la instrumental y laberíntica Potion y ese delirio de jazz fusión a la brasileña que se titula Cinnamon cinematic. Y en esas, desembarcamos en el último tercio del álbum… y se registra el más virulento de los giros de guion.

 

A sanctimonious song pega el bandazo hacia territorios acústicos, con un aire pastoral que no desentonaría ni un ápice en el repertorio de Midlake. Y todo ello, para dejar paso directamente a otro de los momentos más inspirados, Lost somewhere, que recorre el espectro entre Bon Iver, con sus voces procesadas, y los Spandau Ballet más baladistas de Throught the barricades. Son percepciones muy subjetivas, seguramente guiadas más por la intuición que por una evidencia científica, pero parece obvio que Bibio ha recuperado toneladas de vinilos fechados en los ochenta antes de encerrarse en el estudio. Incluso hay quien ha percibido ecos de China Crisis en la pieza de apertura, Off goes the light, y no parece una hipótesis disparatada.

 

Even more excuses es synth pop de alta gama, el mejor refrendo de que Wilkinson sería un productor extraordinario para una nueva entrega de Tears for Fears. Y Phonograph, ¡sorpresa!, transita entre los arpegios de guitarra acústica y un violín muy sobrio y evocador, como si de pronto nos hubiésemos colado en el local de ensayo adyacente y por allí transitaran un par de folcloristas émulos de Alasdair Roberts o Eddi Reader. La gran pregunta es: ¿hay acaso algo que no se le dé bien a Stephen Wilkinson?

 

 

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