No debe de ser nada sencillo apretar la tecla roja de grabación cuando el camino ya andado comprende ocho elepés previos (o nueve, si contamos el pintoresco monográfico de homenaje a Daniel Johnston, en 2020) y esta temporada le sirve a Doug Martsch para afrontar su trigésimo aniversario. En ese momento en que las fuerzas pudieran flaquear o la atención dispersarse, Martsch pone a crepitar las guitarras desde el primer suspiro de Gonna lose, corte inicial que irrumpe como un cañonazo en el salón. Y es entonces cuando ya barruntamos que las cosas, a lo largo de los siguientes tres cuartos de hora, van a marchar bien.

 

Así es y aquí dejaremos constancia. When the wind forgets your name sirve como feliz certificado de regreso y reafirmación para un trío del que no teníamos muy claras las intenciones. Martsch llevaba siete años, que son muchos, sin entregar material autografiado; desde el más bien melancólico Untethered moon, de 2015. Desconocemos si en tan largo periodo ha sufrido momentos de sequía o si ha ido acumulando buenas dosis de material, más aún con una pandemia de por medio. Solo podemos certificar que estos nueve títulos se codean con lo más granado de la producción anterior, con el añadido de una deseable lucidez adicional y ciertas pinceladas de renovación sutil en el sonido.

 

Esa apuesta por ir más allá del áspero, canónico, adictivo y ampliamente imitado sonido original de los noventa es evidente en momentos como Elements, seis minutos en los que los teclados de pronto roban protagonismo a las guitarras y los ecos de la psicodelia pasan de imperceptibles a evidentes. Igual que el dub se apodera del tramo final de la muy disfrutona Rocksteady, un tema conducido a partir del bajo más travieso de la entrega.

 

Este lavado de cara se apuntala con dos novedades nada menores: la mudanza desde Warner a un sello independiente con notorio pedigrí (Sub Pop) y el estreno de un nuevo tándem rítmico, el bajista João Casaes y el batería Le Almeida, con sangre brasileña y predisposición a subrayar la rebeldía. Ellos consiguen apuntalar esos guitarrazos nerviosos, punzantes y alborotados de Never alright o Spiderweb, que nadie atribuiría a un hombre con 53 años en el DNI. E incluso cuando esta nueva formulación del trío se pone locuaz, como para los ocho minutos y medio de la final Comes a day, nos da por pensar que Doug habría sabido canalizar y poner de acuerdo a Kurt Cobain con Neil Young. Es bonito pensarlo así y disponer de un outsider como el de Idaho para promover ese sueño inalcanzable.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *