He aquí un debut discográfico a cargo de un muchacho que, aun siendo todavía insultantemente joven, deja muy a las claras que no es ningún recién llegado. El coruñés Carlos Ares es de la generación del 97, pero a sus veintitantos acumula ya cerca de una década de experiencia como músico y productor para terceros, un bagaje que salta a la vista por la riqueza, a ratos casi desconcertante, de estas 12 canciones propias en las que alterna el pop-rock expansivo, los coqueteos con los ritmos urbanos y el apego al terruño y las latitudes atlánticas. Todo a la vez, sí; y todo integrado con la naturalidad y el desparpajo de quien ya ha tenido tiempo para asimilar un ideario propio y ahora procede a darle rienda suelta y dejar que evolucione.

 

Lo de Peregrino es un título muy galaico, aunque el gusto por la raíz, la naturaleza o la causa celta está más presente en la estética, el desarrollo audiovisual y el ideario que en su plasmación sonora. Luego resulta que Carlos tiene un cierto deje urban, de rima rápida y amagos de autotune, pero también un sentimiento de la calamidad amorosa, el desamparo tras la ruptura o los pensamientos torturados y recurrentes que le acerca a aquel Justin Vernon (Bon Iver) de eremita en la cabaña en los tiempos de For Emma, forever ago cuando descubrimos la espléndida Terrícola o la autoafirmativa No te pensaré más de la cuenta.

 

El peregrinaje, así pues, podemos entenderlo más por su capacidad viajera con el sonido que como un guiño a los caminos compostelanos. El eclecticismo es tal como para que Materia prestada incluya maneras arábigas que bien podrían estar inspiradas por Manolo García, y más aún si atendemos a la alusión en la letra a ciertos “pájaros de barro”. Y de ahí pasamos a la congoja guitarrera de Amigo, dramática y experimental, o al excelente pulso sintetizado de Velocidad. O a ciertos estribillos tan expansivos como esperamos de artistas de perfil más joven, de Maroon 5 a Imagine Dragons.

 

La sorpresa es, por tanto, inevitable. Porque Ares demuestra ser un tipo poliédrico al que no resulta sencillo tomarle la matrícula, pero sí sentir una curiosidad creciente por su figura. El talento es fácil de constatar, más allá de algún ademán tanganero que, como los sarampiones, se le irán curando a estos cada vez más deslumbrantes puntales de la generación Z.

 

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