Como en tantas otras ocasiones, contamos en la escena musical con un puñado de músicos exquisitos y diligentes de los que sabemos poco y a los que prestamos aún menos atención. Y eso conviene corregirlo siempre que esté de nuestra mano, y tal es el caso de este nuevo cuarteto –aunque con muchos trienios de cotización en sus filas– que agranda el estado de gracia de lo que ya podemos considerar, sin rodeos, la más rutilante generación del jazz gallego. Una familia en la que la excelencia siempre se conjuga desde una mirada muy transversal y desprejuiciada, apartada de cualquier absolutismo y siempre dispuesta a dejar que el pop melódico o las raíces folclóricas se filtren de una u otra manera por sus poros.

 

Sempasúchil es el nombre de una flor mexicana, un hallazgo germinal e inspirador en manos del vibrafonista Tom Risco, un jazzista habitual de Jorge Pardo, Chano Domínguez o su paisano Abe Rábade. Y ese contacto con el jazz y la tierra, de por sí limpio y luminoso, agiganta su perspectiva al entremezclarse con la guitarra de Antonio Casado, del que urge recopilar referencias: haremos mal en tenerle fuera del radar, puesto que en el currículo acumula exploraciones junto a Lucinda Williams, Lila Downs, Carla Bruni o el ya medio gallego Kevin Weatherhill (Inmaculate Fools), y eso sin contar el disco que prepara a medias con el cantante, folclorista y mago de la transgresión Davide Salvado.

 

El contrabajo de Alfonso Calvo y la batería de Miguel Cabana terminan de hilvanar esta cuadratura del círculo para el jazz más accesible desde una óptica del pop que escucharán nuestros oídos en una buena temporada. Sempasúchil transcurre con pausa y espacio para los silencios, con una holgura sonora que lo vuelve delicado y preciosista, disfrutable desde un acercamiento intenso o frugal. Y en el que incluso hay hueco para una lectura encantadora de Wichita lineman, el clásico country de Jimmy Webb, y en el que Casado parece ponerse en la piel de un Pat Metheny jovenzuelo. Ese mismo, de hecho, que en 1980 grababa a dúo con el inolvidable Lyle Mays aquel As falls Wichita, so falls Wichita falls.

 

Solo podemos reprocharle a Sempasúchil su parquedad, esos cinco cortes escuetos que, en sus poco más de 25 minutos, nos hacen pensar más en un EP extenso que en un elepé algo raquítico. Saben a poco precisamente porque su valor nutritivo es elevado, como ese Song for Leo que remolonea, nota a nota, como en una canción de cuna adorable. La producción de Iago Lorenzo, otro gallego de mirada casi circular (Furious Monkey House, Presumido, Fon Román, Disco Las Palmeras!), apuntala ese ambiente acogedor de un proyecto al que solo queda pedirle más holgura con el cronómetro.

 

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