Música, amor, amistad. La vida podría ser así de hermosa y sencilla, a veces. Y de eso trata este trabajo gozoso, histórico por sus múltiples significados, particularmente entrañables. “Yo también te he echado de menos”: no hay proclama tan inequívoca y hermosa para restablecer una alianza histórica y una amistad inquebrantable, por más que los caminos de estos distinguidos socios se hubieran separado hace más de cuatro décadas. Al final, la música se sobrepone a cualquier circunstancia y el afecto puede más que las disidencias: la interacción entre Chucho y Paquito en estas siete piezas para el reencuentro es tan natural y apabullante como si acumularan miles de noches compartiendo escenario.

 

La historia es conocida, pero contextualicemos. D’Rivera y Valdés son compañeros de generación, hijos de luminarias en la música cubana y niños prodigio. La intersección, antes o después, era inevitable y se concretó en Irakere, la banda de referencia para el arrollador nuevo jazz cubano. Pero los caminos se desvían a partir de 1980: Paquito D’Rivera, muy crítico con el castrismo, pone rumbo a Nueva York mientras el hijo de Bebo Valdés continúa al frente de Irakere durante un cuarto de siglo más.

 

La mudanza de Valdés a Madrid, hacia 2005, facilitan la aproximación y el deshielo. Y este disco ahora, por fin, refrenda la comunicación. I missed you too! es una obra de espíritu tan feliz y risueño que cualquier oyente desconocedor de estas trayectorias se la atribuiría a un hatajo de veinteañeros fogosos. Todo acontece con una espontaneidad abrumadora; todo fluye y vibra, y así nada puede salir mal.

 

Son jóvenes los dos –por más que Paquito ande por los setenta y muchos y Chucho ejerza ya como octogenario– porque a ambos les priva el juego y la travesura, porque este repertorio está concebido como celebración, guiño y compadreo. Sirva el ejemplo de Mozart a la cubana, donde el sexteto somete a súbita cubanización un totum revoluttum de celebérrimas melodías del bueno de Wolfgang Amadeus. O Mambo influenciado, un aperitivo, a modo de presentación de armas, con el que Chucho se encarga de introducirnos el ritmo hasta los tuétanos.

 

No todo es sabrosura, y el ejemplo más memorable de emoción y sentimiento lo aporta Claudia, balada bella y parsimoniosa que a D’Rivera le sirve para que salten lágrimas incendiadas de su clarinete. Y está, claro, ese epílogo alrededor de El día que me quieras, partitura infalible a la par que inabarcable, una excusa magnífica para que los dos viejos y lozanos amigos se enreden en el diálogo riquísimo de dos grandes conversadores. Una suerte que nos hayan invitado esta vez a tan suculenta tertulia.

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