Taylor Goldsmith ha conseguido hacer de la excelencia una circunstancia cotidiana, lo que no deja de tener un mérito extraordinario. No hay disco malo en la trayectoria de Dawes, ¡y van ocho!, ni indicios de que se escatimen inspiraciones ni esfuerzos, y Misadventures of doomscroller vuelve a no ser en absoluto una excepción. La principal novedad aquí radica en la extensión atípica de los temas, que permite cubrir los tres cuartos de hora con tan solo siete títulos. Pero la peculiaridad en solo relativa; en realidad, las dos piezas que superan los nueve minutos, la inaugural Someone else’s cafe/Doomscroller tries to relax y el colofón de Sound that no one made/Doomscroller sunrise, son piezas que integran dos canciones (o, si se quiere, fragmentos o movimientos) bien definidos.

 

Lo importante vuelve a ser, una vez más, la calidad y la calidez en la escritura y la voz de Goldsmith, un hombre capaz de encapsular lo mejor de las hechuras clásicas de los Eagles y rejuvenecerlo con un toque más espontáneo y alternativo. Country-rock pasado por el filtro de Wilco, si se quiere expresar de una manera gráfica. Todo suena con la frescura de una banda engrasadísima que se arremolina en unos pocos metros cuadrados del local de ensayo y no necesita trucos, maquillajes, grabaciones por pistas, cachivaches electrónicos ni sobreproducciones. Solo un buen arsenal de instrumentos (dos baterías y un percusionista, un par de guitarras, órgano, adorables armonías vocales) y un productor sabio y nada intervencionista, el maravilloso Jonathan Wilson, encargándose de que todo esté en su sitio.

 

El álbum es fabuloso, pero más aún en el caso de Everything is permanent, el único tema extenso (ocho minutos largos) que no precisa de distintos pasajes, sino que se sustancia a través de un desarrollo holgado: juegos con los patrones rítmicos, interludios instrumentales, algún solo de guitarra precioso pero sin ostentación. Es curioso que el nombre de Steely Dan viene a la cabeza en distintos momentos de la grabación, también en la espectacular Ghost in the machine, el tema más impetuoso y acelerado de los siete. En este caso, por la utilización de inflexiones armónicas más jazzísticas; en otros momentos, como en los dos temas dobles antes citados, por ese gusto hacia los puentes y pasajes de transición que no figuraban en el modus operandi clásico de estos californianos.

 

Y así, en algún lugar intermedio entre Aja y One of these nights, transcurre este álbum pletórico, dinámico. Nuevamente redentor, como le sucedía a Good luck with whatever (2020), que también tenía algo de revulsivo frente a estos tiempos de angustias e incertidumbres. Dawes alcanza aquí un nivel sencillamente exuberante, aunque ellos sean quizá los primeros que siguen sin darse demasiada importancia. Para eso estamos los demás: para avisar del volcán que se esconde en esta lección de rock melódico a la americana.

 

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