Hay poco de instagramizable en la figura de Fernando Rubio, un veterano de la escena murciana que nunca ha abandonado la condición de artista minoritario –pese al atractivo casi instantáneo de un repertorio pletórico y afortunadísimo– y que sigue fiel, qué le vamos a hacer, al empeño de cantar en inglés. El propio título de este trabajo asume sin ambages una adscripción estilística y sonora cada vez más añeja, lo que tampoco ayuda a la caza de trending topics y alentará ese discurso generacional desdeñoso y ágrafo que de un tiempo a esta parte nutre los prejuicios de muchas mentes pretendidamente modernas. Y precisamente por todo ello, quienes no se tomen la molestia de descubrirle perderán la ocasión de escuchar una decena de canciones inmaculadas, casi irrebatibles, construidas desde el amor por la melodía, los amaneceres radiantes en la Costa Oeste y la ingesta reincidente de los mejores plásticos de 12 pulgadas que los años setenta legaron para la posteridad.

 

El único problema grave que ha de afrontar Rubio es, de hecho, su condición de artista inverosímil: nadie imagina un álbum así de un artista periférico, underground, artesanal, autoproducido y tan doméstico en todo como para ilustrar la portada con los garabatos de su sobrino, un detalle quizá más entrañable que atinado en términos de presencia y mercadotecnia. Pero Fernando atrapa desde la primera página, It won’t take too long, con su monumental capacidad para absorber lo mejor de cuanto acontecía medio siglo atrás, sobre todo en las aguas del power pop pero también en las de otros orfebres de la canción como 10cc. Si ese tema inaugural suena a Big Star, el siguiente capítulo, I let it out, remite más a Teenage Fanclub (a fin de cuentas, los más evidentes herederos de Alex Chilton), mientras que la armónica de East wind siempre sirve de excusa para pensar en Dylan. Y el precioso aire nostálgico, casi sentimentaloide, en una balada como Last night I dreamed of you desprende un deje a ese Neil Young que se reviste de vulnerabilidad.

 

Aquel Rubio aún pipiolo que sacaba lustre a la maquinaria de Ferroblues hace casi 40 años revive en la rotunda Self-pity, mientras las enseñanzas del bluegrass afloran en Same race, las guitarras vuelven a crepitar en la instantánea Wondering aloud y la pesadumbre se apodera en el último suspiro con Behind the hills, quizá el episodio más espiritual y conmovedor del lote.

 

Es solo el tercer elepé como solista del músico cartagenero, pero tanto él como sus cualificados acompañantes (Paco y Paloma del Cerro; Nacho Para, de Bantastic Fand; Joaquín Talismán, Lucas Albaladejo: ilustres veteranos de la ciudad cantonal) evidencian una destreza admirable e indiscutible. No es cuestión de lanzarle consejos a nadie, y más a la vista de un disco de tanta estatura, pero una vez más nos quedamos inevitablemente con ganas de que alguien convenza a Fernando sobre la viabilidad de este proyecto en el mismo idioma en que se escriben estas líneas y él formula a diario sus mejores deseos.

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