Gabriel Calvo es uno de los más grandes folcloristas de este país, como podrá corroborar cualquiera que haya seguido su trayectoria en el último cuarto de siglo (en realidad, su primer trabajo se remonta ya a ¡1990!). Una labor extensa, plural, documentada, fascinante y, por desgracia, rara vez bien divulgada. La música tradicional no siempre goza del favor de los medios de comunicación, que arrastran un complejo ridículo y pavoroso al respecto, como si las canciones de nuestros ancestros fueran cosa antigua, rancia o irrelevante desde nuestra modernísima mirada urbanita. Por eso el trabajo de Calvo, pese al rigor de sus investigaciones y el calor sabio que emana de su garganta, apenas ha trascendido de su entorno salmantino. Y la falta de exposición acaba derivando en círculo vicioso: Folklorquiando es un disco delicioso que bien merece escucha, lectura y análisis pormenorizado, pero que, en el momento de redactar estas líneas, no está disponible en Spotify ni a través de ningún vídeo de YouTube. Mala cosa para dar a conocer algo que con tanto merecimiento debería ser difundido.

 

La idea de Gabriel excede con mucho, además, los confines de la vieja Castilla, puesto que el elemento aglutinante de estas 12 interpretaciones es Federico García Lorca, seguramente la más universal de nuestras referencias poéticas. No se centra nuestro divulgador en la música que el de Fuente Vaqueros armonizó e interpretó junto a La Argentinita en aquellos memorables discos de pizarra, sino en romances populares que le inspiraron o sobre los que trabajó. Desde Mariana Pineda, heroína granadina ajusticiada con garrote vil, que le serviría como personaje central para una pieza teatral imprescindible, a vinculaciones más sutiles: Estando cosendo, en gallego, es un romance que provenía del cancionero de Felipe Pedrell y Lorca escogió para un montaje escénico de La Barraca, su grupo de teatro universitario.

 

La edición, en forma de cedé y libreto grande de 24 páginas, es muy bella y minuciosa, así que el comprador encontrará en ella todas las referencias literarias, documentales y musicales necesarias para seguirle la pista a cada título. Pero lo asombroso es la finura sonora con la que Calvo ha enhebrado este trabajo, para el que ha contado con su buena docena y media de colaboradores y un maravilloso arsenal de instrumentos tradicionales; no solo todo tipo de tambores y panderos, sino también las flautas, bansuri, ney o láud de su productor y arreglista, Carlos Soto, o un glorioso cargamento de zanfonas, arpas y, en la rama más céltica, arpas celtas, whistlesuilleann pipes y buzukis.

 

No se hacen monótonos los romances, en absoluto, pese al peligro que por su propia estructura métrica y poética encierran a la hora de ponerles música. Y entre medias se cuela alguna joya de origen bien distinto, como la célebre canción infantil La viudita del Conde Laurel, que en esta versión resulta delicadísima e irresistible. De la misma manera que entre todos hemos conseguido visibilizar la colosal obra de Eliseo Parra, otro castellano admirable, deberíamos elevar el nombre de Gabriel Calvo a los altares de la sabiduría popular. Bien nos iría a todos. 

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