Puede que a James Bay le toque seguir cargando con la coletilla de “autor de Hold back the river durante una temporada, y solo de él depende que lo considere una bendición o un sambenito. Su tercer álbum no parece incluir ninguna pieza con el potencial teórico de himno que encerraba aquella fulminante tarjeta de presentación con la que le conocimos hace ahora siete temporadas, antes incluso de que descubriésemos el resto de ingredientes de aquel debut sonadísimo entre los amantes del folk-pop, Chaos and the calm. Quienes se sintieran seducidos entonces abordarán este Leap con una gratificante sensación de familiaridad. El resto echará en falta, por contra, una pizca más de vértigo, porque estas 12 canciones son tan irreprochables en lo formal como predecibles en lo conceptual.

 

Bay alcanzará este septiembre los 32 años y el reciente cambio de década hace manejar la hipótesis de que ese salto a la madurez le ha permitido sentirse más seguro de sí mismo y satisfecho de habitar su propia piel. Todo el exceso, el barroquismo y la sacudida de alta tensión que representaba Electric light (2018), su poco aplaudido segundo álbum, se ha disipado como si aquella salida del tiesto se entendiese ahora como un paso en falso.

 

Hasta ha recuperado su icónico sombrero el bueno de James Michael, dispuesto a aportar calidez en estos tiempos inciertos, confianza en el valor de las caricias de los allegados y los abrazos de las medias naranjas. Tanta es su confianza que el tema probablemente más juguetón y divertido del lote se titula Love don’t hate me. Así que ya lo saben: el muchacho se sabe amado, no sin razones, y hace bien en disfrutar de tal tesitura.

 

Otra cosa es que la sensibilidad y la dulzura, que se agradecen (mucho), no terminen erigiéndose en ingredientes redundantes a lo largo de la entrega. La estructura clásica de estrofa que va generando tensión para desembocar en un estribillo por todo lo alto define el primer sencillo, el instantáneo Give me the reason, pero se repite casi al milímetro en otros episodios como Brilliant still. Un canción brillante como pocas, en efecto, pero reincidente. Igual que We used to shine; otro calco, este ya irrelevante.

 

Son esos medios tiempos dulces y vulnerables, tan propicios como música de campamento, los que convierten a Bay en un competidor en la misma liga de Hozier o Passenger. Lo tiene todo: voz, talento, productores, estupendas canciones, coautores tan cotizadísimos como Finneas o Paul Epworth. Todo, salvo variedad. Por eso se agradecen tanto las canciones que se apartan un poco de la tónica, en particular dos excepcionales: Right now, puro blue-eyed soul con cuerdas, punteo final de guitarra y formas exquisitas; y Silent love, muy acústica, ínfima en el revestimiento instrumental y siempre al borde de un falsete emotivo y ciertamente hermoso.

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