Se supone que iba a ser una despedida, pero hay gente sin palabra. En este caso, por fortuna. Aconteció el 2 de abril de 2011 en el Madison Square Garden de Nueva York; no podría haber sido en ningún otro lugar más indicado. Y fue convocado como el concierto final, definitivo e irrepetible de LCD Soundsystem. Lo acontecido allí no fue ninguna tragedia ni una invitación a la melancolía irrefrenable, sino un festín multitudinario, sudoroso y con abundantes momentos de euforia. Y, con los años, quedaría en evidencia que la condición “final” de la comparecencia no era tal. En dos palabras: todos contentos.

 

Pocas bandas como LCD Soundsystem –la criatura nacida a imagen y semejanza de su impulsor, James Murphy– han sabido retratar mejor el ímpetu de los primeros compases del siglo XXI, las ansias por mantener el vigor adquirido durante los años de guitarras y tradición roquera para fusionarlo con el pálpito de la electrónica. Y todo ello, reforzado por el éxtasis de las interpretaciones extensas, las entregas que crecen y crecen hasta los seis, siete o diez minutos para que dispongamos de tiempo suficiente durante el que desgañitarnos, extasiarnos, asistir a la sucesión de acelerones y frenazos. Murphy es un efectista nato, y eso se nota en la propia concepción de aquel espectáculo de despedida: casi cuatro horas sobre el escenario que ahora se recuperan desde la primera nota hasta la última, aunque la supresión de presentaciones y prolegómenos permite reducir el minutaje hasta unos nada despreciables… 192 minutos.

 

Preparémonos, en efecto, para la recuperación definitiva de un espectáculo descatalogado y en su día concebido como una película documental (Shut up and play the hits, 2012) y una caja de vinilos (The long goodbye, 2014). La reedición se fundamenta en cinco elepés, pero también, y por vez primera, en un precioso artefacto de tres cedés de presentación espectacular (seguramente irresistible para fetichistas de los formatos físicos, ya avisamos) y sonido rutilante. ¿Cómo se resiste a pie quieto, en mitad de una pista deportiva, semejante sobredosis de rock electrónico durante más de tres horas y media? La única posibilidad es agotar todas las reservas de adrenalina, porque la escucha se vuelve extenuante (y apasionante) ya incluso desde el sofá del salón.

 

La prolongación de la historia es conocida. En 2017, Murphy y su cohorte convirtió la despedida en paréntesis mediante la publicación de una nueva entrega, la notable American dream, si bien desde entonces solo hemos tenido noticia de la secuela en vivo Electric lady sessions, a principios de 2019. James es un tipo inquieto y desconcertante, ya se sabe, pero capaz de abarcar un espectro amplísimo. Lo demuestra esta entrega abrumadora de grandes éxitos en la que demuestra su conocimiento profundo de sus referentes (de Can a Talking Heads), la capacidad de integrar versiones maravillosamente desconcertantes (Yes, Harry Nilsson) y de recuperar el sonido tecno de los primeros ochenta (Human League, Yazoo) para crear un artefacto adictivo y modernísimo. No es casualidad, desde luego, que haya producido a Arcade Fire en Reflektor y que dos de sus artífices, Win Butler and Regine Chassagne, asomaran por el MSG en una noche de despedida que luego no llegó a serlo del todo. Por suerte.

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