Alguna cosa buena tenía que traer esta maldita era coronavírica. Por ejemplo, que los artistas, o muchos de ellos, hayan querido aprovechar los largos meses de encierro y ensimismamiento para incrementar su producción propia o emprender proyectos que de otra manera jamás habrían tenido tiempo ni ocasión de sopesar. Lucinda Williams debería haber empleado gran parte de 2020 en promocionar y pasear por los escenarios su áspero Good souls, better angels, disco que asomaba por las plataformas hace ahora exactamente 52 semanas. Pero con las tiendas de discos cerradas y el mundo en clausura, nuestra inmensa princesa de Lake Charles no ha podido aún sacar pecho de aquellas flamantes nuevas composiciones. Y para aprovechar el paréntesis pandémico y canalizar las energías acumuladas, emprendió una frenética actividad de conciertos especiales en streaming que ahora comienza a tener su plasmación discográfica.

 

La inesperada reacción de una mujer temperamental y enrabieta fue organizar con sus músicos de cabecera una serie de conciertos temáticos como homenaje a sus grandes fuentes de inspiración durante una carrera que supera ya las cuatro décadas. Hubo una sesión, por ejemplo, de tributo a los Rolling Stones, otra alrededor de Dylan, una tercera sobre viejos y entrañables clásicos del country e incluso una más, que barruntamos terriblemente apetecible, consagrada al inmenso catálogo fraguado en los estudios Muscle Shoals de Alabama. Parece que todas esas presentaciones singulares y únicas ante las cámaras tendrán plasmación fonográfica a lo largo de 2021, lo que puede traducirse en hasta un total de cinco nuevos discos, ¡cinco!, de Williams de cara a los próximos meses. Southern soul: From Memphis to Muscle Shoals and more, por ejemplo, llegará a las estanterías en julio. Pero el primer plato en este empacho tolerado por la endocrinología llega ahora con este brindis gozoso por un gran amigo que se fue.

 

El catálogo de Tom Petty es amplio y jugosísimo, y la complicidad que manifiesta la autora de Passionate kisses parece más que evidente. Lucinda opta por 12 piezas razonablemente bien conocidas, aunque no habituales en las antologías, y no se aventura con reinvenciones más o menos extravagantes: todo es reconocible respecto al original casi desde el primer guitarrazo. Pero muchos de los éxitos más obvios (Free fallin’, por ejemplo) se evitan para dejar paso a gloriosas páginas oscuras, con resultados particularmente excitantes en el caso de Room at the top. Es imposible no emocionarse en los pasajes de mayor pálpito, de You wreck me a You don’t know how it feels, con unos teclados tan excelentes que poco tienen que envidiar a los de Benmont Tench.

 

El sonido es seco, expeditivo, rutilante. Produce la extrañeza de la ausencia de aplausos, claro, pero cualquier oído algo ducho percibirá enseguida que nos encontramos ante una grabación en vivo, sin maquillajes ni arreglos por la puerta trasera. La jefa y sus cuatro acompañantes, para qué más. Un acto de amor y devoción: Williams fue telonera de Petty cuando apenas nadie la conocía, además de compartir con él filiación sureña. Para los más doctos, un par de momentos fuera de toda predicción: una versión de Gainesville, rugosa y muy guitarrera rareza de Tom que solo vio la luz después de su fallecimiento, y el estreno de un original de Lucinda, Stolen moments, dedicado a su amigo desaparecido. Con sentimiento pero sin sentimentalismos.

 

Un sello especial para la ocasión, “Lu’s Jukebox”, advierte desde la portada de que nos encontramos solo ante el primer volumen de un In studio concert series. A la ya importante edad de 68 años, a la amiga Williams se le acumulan las energías en su garganta arrastrada, chulesca e inconfundible. Preparémonos para el gran festín.

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