A Marlon Williams le habíamos dejado en 2018 como un muchacho con la lágrima fácil y el corazón malherido. Eran los tiempos de Make way for love (2018), un segundo álbum que no solo le sacó del casi anonimato en el que seguía sumido tras el homónimo Marlon Williams (2016), sino que le erigió en crooner sollozante, sentido y de atractivo instantáneo a raíz de su descalabro sentimental con la no menos brillante Aldous Harding. Que, para más inri, asomaba por aquel estriptís músico-emocional para compartir con su ex un dúo (Nobody gets what they want anymore) de elevada peligrosidad para pieles finas y llagas aún supurantes.
Pues bien, sirva todo este proceso de contextualización para advertir que My boy no tiene casi nada que ver con Make way for love, salvo por un par de detalles: los dos comparten firmante y la más reciente criatura también resulta ser espléndida.
La disimilitud es clamorosa en casi todo, pero más aún en la portada. Williams se mostraba lánguido y atractivo en el blanco y negro elegante de Make way…, mientras que aquí, lejos de seducirnos, parece mayormente dispuesto a hacer el payasete y hasta retratarse como un aspirante a bufón. De ahí el tono ecléctico, exuberante y muy desinhibido de toda la entrega, una colección de atractivo tan fulminante como impredecible. Porque My boy, la pieza titular e inicial, apuesta por un desparpajo casi de chico surfero, no muy lejos en espíritu de Jack Johnson o Jason Mraz (pero sin melaza), y a renglón seguido Easy does it aporta un medio tiempo cadencioso y sensual, como de Harry Belafonte posmoderno, justo antes de que River rival evidencie una predisposición juguetona hacia el synth-pop, los teclados aparatosos y los guiños a los años ochenta.
Si reparamos en el pequeño detalle de que Marlon es un milenial nacido en el último día de 1990, queda aún más claro que My boy ejerce como estallido poliédrico y reivindicación de la diversidad antes que en proclama generacional o pronunciamiento solemne. Qué va. El pop bailable y de luces estroboscópicas encuentra otro ejemplo memorable en Don’t go back, que parece encontrar inspiración en Duran Duran sin que a este neozelandés sin freno le tiemblen las piernas. Más bien serán las extremidades del oyente las que se vean sacudidas por Thinking of Nina, justo antes, atención, de que Morning crystals nos sumerja en una deleitosa placidez acústica que parece muy inspirada por el inolvidable Gerry Rafferty.
Así son las nuevas reglas del juego de este músico también actor: dispuesto a no conformarse con nada, Williams tampoco se atiene a normas ni hilos conductores en este collage clamoroso. El corte retro que nos había enamorado cuatro años atrás lo atisbamos ahora, llegado el caso, en Soft boys make the grade, pero los tiros ahora van por otro lado. Mejor dicho: My boy no apunta a una sola diana, pero son varias en las que el disparo queda muy cerca del centro.
Muy bueno!
Gracias por estas sensaciones para dar empuje a la semana, Fernando.