Tipos valientes y resueltos, vaya que sí. José Germán Marchena y José Carlos Luna han dejado pasar menos de año y medio antes de afrontar el famoso reto del siempre-difícil-segundo-disco, y lo hacen a sabiendas de que no disponen ya de esa red de seguridad que constituía el relato de sus propias circunstancias. Una vez que ya sabemos que son pareja artística y sentimental, que se conocieron por Tinder y no por Grindr, que al principio fue un piquito en lugar del beso abrumador y apasionado con el que se han bautizado artísticamente, que les dicen viejóvenes y les divierte el paralelismo con Juan y Junior –solo que en versión milenial y LGTBI–, circunstancias todas ellas amenas y agradecidas para una buena entradilla periodística, ahora solo sirve el argumento de las canciones. Y las 1o que confluyen en Alegría hacen bueno su propio título. No, Morreo no eran una casualidad, una extravagancia o una bonita historia. Aquí hay materia prima.

 

Alegría sigue siendo una exaltación del espíritu del pop, de la luz instantánea y el chispazo, de la ocurrencia cotidiana y el rechazo de cualquier indicio petulante. Fiesta nacional era un debut simpático y polícromo, el refrendo de un tándem que se atiene siempre a las leyes de la química y desparpajo. Este sucesor llega más allá. No pretende ser tan simpático como tierno y sentimental, le canta al amor desde una perspectiva ronroneante (se nota que han tenido gato) sin renunciar a la sicalipsis y, sobre todo, diversifica las influencias y la paleta de colores. Lo barruntamos ya con ese Mambo inaugural, insólito con sus briznas de soul blanco, y vamos desentrañándolo durante el resto del álbum. Que, en una formulación extraordinariamente pop y sesentera, ventila su decena de 10 canciones en 29 minutos fulminantes y sin mácula ni rodeos.

 

Los turistas, con Adiós Amores de aliadas, mira a ABBA igual que la estupenda Sol y sombra se empapa de psicodelia sureña y tecladitos de mercadillo. Pichamán es el exitazo que sonaba en la verbena del pueblo de tus abuelos, mientras que La flor de mi jardín se escora hacia el bolero sin buscar ese ardor desaforado del género. Germán –el rubio gaditano del bigote– y Joseca –el moreno cordobés– son inabarcables en su cultura popular y viejuna, una circunstancia irresistible para unos chavales de 27 años.

 

Rumberos en Pansequito, con Soleá Morente en la embarcación; clásicos a la manera de Los Brincos de Flamenco, siempre con algo que aportar en la tenaz búsqueda de la sonrisa. No tienen voces arrolladoras y quizá les falte todavía una cierta capacidad para el pellizco, para retorcernos el pellejo y dejarnos marca. Pero les sobra encanto, sagacidad e ingenio: todo un botín.

 

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