Créanselo: hubo un tiempo en que Peter Gabriel era un creador prolífico. Ahora resulta extraño reparar en ello, habida cuenta de que sus tres trabajos más recientes con material inédito –Us, Up, i/o–, se han ido espaciando entre 1992, 2002 y ¡2023!, pero el fundador de Genesis, que con su banda había vivido una intensísima primera mitad de la década de los setenta, concibió entre 1977 y 1982 cuatro álbumes consecutivos, todos ellos sin título ni numeración, nada más abandonar la banda en la que había rubricado muchas de las mejores páginas que aportó el rock sinfónico. El repaso de este póker innominado nos permitirá redescubrir, con sonido asombroso en el prensaje de vinilo, unas obras relativamente poco conocidas, sobre todo en comparación con el histórico y merecido éxito que llegaría en 1986 con So.

 

El primero (o Car, en alusión a su portada) suena extrañamente liviano pese al inmenso impacto de Solsbury Hill, quizá por el empeño en alejarse de la épica solemne de su anterior grupo. El segundo (Scratch, 1978) es el más oscuro e inquietante de todos, una excitante y desigual colisión de egos con Robert Fripp en la mesa de producción. Y el cuarto (Security, 1982) empapaba de sintetizadores un repertorio sofisticado y cerebral que precisa de abundantes escuchas, aunque merece mucho la pena concedérselas. Sobre todo porque la adictiva y casi funk Shock the monkey y la abrumadora San Jacinto, con esa densidad solemne y rocosa, incluso catedralicia, admiten pocos parangones.

 

En última instancia, con todo, seguramente sea este tercer trabajo (1980), al que muchos llaman Melt por su efecto de rostro que se nos derrite, el que supone una obra de arte mayúscula, la cristalización de un art rock abrumador e irrepetible. No solo por Biko, ese himno grave y ultrasolemne con que la música popular ponía por primera vez el foco en la tragedia del apartheid sudafricano. Tampoco por Games without frontiers, otro corte sensacional con el que daban ganas de entrar silbando en el desfile por un estadio olímpico. Estaba también ese arranque experimental y robótico que representaban Intruder y No self control, el amago de éxito que podría ser I don’t remember, la belleza delicada de Family snapshot y Lead a normal life. Para los muy, muy fans, existe una versión íntegra en alemán de este disco y de su sucesor. Pero sin necesidad de llegar a eso, solo a partir de esta tercera entrega (enorme, cada vez más) podemos considerar que la deserción de Genesis mereció de veras la pena. Aunque en realidad con la disgregación terminamos ganando todos: se nos acumularon los discos de Gabriel, los de los cada vez más exitosos Genesis de Phil Collins y hasta los de Steve Hackett en solitario, sin duda el más tenaz guardián de las esencias progresivas.

 

 

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